De fracaso en fracaso
San Clemente María Hofbauer fue un hombre extraordinario; sin embargo, por lo menos externamente, hombre fracasado: nunca en evidencia, su historia no nos cuenta heroísmos para medallas de oro, ni acciones arrolladoras; no tuvo nunca cargos importantes, ni gozó de gran fama en el pueblo. Se interesaron por él más los policías que los diarios: primeramente la policía napoleónica, luego la austriaca, fueron tras de él porque lo consideraban enemigo de la patria.
Los Románticos, sin ser él ni literato, ni intelectual, lo eligieron, como guía espiritual. Para algunos fue terco, para otros, adaptado. Áspero y comprensivo. Fuerte y gentil. Inclinado al silencio y oración, activo hasta lo imposible. Prudente y poco formal. Sin embargo, este hombre, tan diversamente juzgado, ha sido -y hoy se puede decir- uno de los personajes más significativos de su tiempo, como Napoleón y Goethe.
Zacarías Werner, eminente poeta y dramaturgo romántico, entre los más célebres hijos espirituales del Santo, dijo un día: "Yo conozco sólo a tres grandes hombres: Napoleón, Goethe y Hofbauer". Y Agustín Roesler explica y completa así la frase de Werner: Napoleón conserva en la historia del mundo su nombre de tiránico dominador de pueblos; Goethe en la historia de la literatura será reconocido como el poeta príncipe. Mucho más que el uno y el otro, Clemente María Hofbauer continuará trabajando por el tiempo y la eternidad, con la potencia de su amor y la fuerza de su fe".
Y Federico Schiegel, otro grande del Romanticismo, dijo: "Lo que el Hofbauer hizo en Viena no podrá jamás terminar: el renovado sentido del cristianismo". Los Redentoristas reconocen que, sobre todo gracias a él, su Instituto se difundió en todo el mundo.
Una viuda y su niño
Cuando el carnicero Pablo Hofbauer, padre de Clemente María dejó este valle de lágrimas para irse al lugar de las glorias, dejó también a su esposa, María Steer, el peso de numerosos hijos. Rigurosa y áspera, incansable en el trabajo, confiando totalmente en Dios, María supo ser para sus hijos, segura guía, tanto en el campo estrictamente humano, como en la formación religiosa. Tuvo un cuidado particular de Clemente, quien, nacido en Tasswitz de Moravia el 26 de diciembre de 1751, fue bautizado el mismo día con el nombre de Juan.
Estando en campo abierto, un día, ella con su hijo ya de siete años, se acercó a un gran crucifijo y dijo al niño: "Desde ahora éste será tu padre. Camina siempre por la senda que a él le guste".
Obrero y sirviente
Desde niño manifestaba Juan inclinación particular a la soledad, a la oración, y al amor hacia quien le requería. A menudo de madrugada se iba a la iglesia, ayudaba a misa y comulgaba. Manifestó también, alguna vez, el deseo de ser cura; pero las condiciones económicas de su madre no se lo permitían. Por el momento, nadie podía financiar su preparación al sacerdocio. Y la idea del seminario pasó a un segundo lugar.
Tenía 16 años cuando se inscribió, como aprendiz, en la asociación de los panaderos de la ciudad de Znaim. Fue considerado como hijo por el señor Matías Dobsch, con quien trabajaba. Se recuerda una pequeña y gustosa anécdota que se repetía todas las mañanas. Cuando Juan recorría las calles para entregar el pan a los clientes, además del peso del pan llevaba en sus brazos al último hijo de su patrón, que se había encariñado mucho con él. Un día, mientras Juan pasaba llevando en un brazo al niño y en el otro la canasta de pan, alguien le gritó: “San Cristóbal". Juan se miró alrededor para ver al santo. Y la misma voz continuó "Tú eres San Cristóbal”. Preguntó luego el significado de la frase; y le contaron la hermosa leyenda del santo que, cruzando un río, había llevado en su espalda hasta la playa opuesta a un niño, quien reveló luego ser el mismo Jesús. Juan concluyó: “¡Quiera Dios que yo también lleve a Jesús en mis manos!".
Y desde entonces, como él mismo reveló, oraba cada día para que el Señor lo llamase al sacerdocio, que permite a algunos hombres llevar a Jesús en las manos y darlo a todos los demás.
Con el corazón a Roma
Terminado el tiempo de aprendiz, Juan, con su amigo Pedro Kunzmann, también socio en el trabajo, inició en 1769 su primera peregrinación a Roma. El viaje, hecho totalmente a pie, duró dos meses. De vuelta a Austria, fue aceptado como panadero por los Premonstratenses. Y aquel año, habiendo sido muy escasa la cosecha, muchos pobres, demasiados, golpeaban sin cesar a la puerta del convento. Y Juan amasaba y distribuía el pan.
En el mismo monasterio, pasado el período de carestía y de hambre, trabajando como encargado del comedor, pudo seguir sus estudios. Terminó su secundaria en 1777, e hizo su segunda peregrinación a Roma, con su viejo amigo Pedro. Esta vez por casi un año vivieron como ermitaños en un pequeño y burdo santuario de la Virgen de Quintiliolo, cerca de Tívoli, frente a los maravillosos y estruendosos saltos del río Aniene. El santuario se había construido sobre las ruinas de la casa de campo del cónsul Quintilio Varo. Allí el alma de Juan, en el silencio y la soledad, apartada de los hombres y del mundo, entró en comunión con el Señor por la oración. Un lugar que el santo siempre recordaba con nostalgia: "Hijos, si supiesen cómo me hallé en Tívoli" “¡Allá se podía orar!". E hizo allí la profesión de ermitaño: dejó el nombre de Juan y tomó Clemente, y usó el hábito franciscano.
Una esposa y un horno en herencia
Volvió a su patria y construyó una ermita en Mulfraun, entre Tasswitz, su pueblo natal, y la pequeña ciudad de Znaim. Durante toda su permanencia guiaba a los peregrinos a un santuario dedicado a Jesús azotado. En 1779 tuvo que ir a Viena para prepararse, también como ermitaño, a la enseñanza del catecismo. Para ganarse la vida tuvo que volver a su trabajo antiguo donde también fue rodeado de mucha estima y cariño. Más aún, su patrón pensó dejarle el horno y darle como esposa una de sus hijas.
Clemente estudiaba, trabajaba, y sobre todo oraba. Asistía a la misa dominical ayudando en la catedral de San Esteban, donde también iban tres hermanas: Teresa, Catalina y María Maul. Ellas, viendo a un mocetón ayudar en el altar, se admiraron tanto que quisieron conocerlo; y no faltó la ocasión. Un domingo, al salir de la catedral, un improviso aguacero las detuvo en el atrio. Clemente las vio, y caballerosamente se ofreció a traer una carroza que las llevara a su casa: ¡destino!, vivían en el mismo barrio y viajaron juntos.
En la conversación Clemente manifestó su deseo de llegar a ser sacerdote, deplorando no le fuera posible por falta de medios. Las chicas, maravilladas y emocionadas, prometieron válida ayuda en sus estudios, para que él realizara así el sueño de su vida. Las mismas mujeres ayudarían a otro joven en la misma aspiración: Tadeo Hübl, con quien Clemente entablaría profunda amistad. Clemente, ya sin preocupaciones económicas, se dedicó por completo a los estudios, también por varias horas durante la noche, y para no dormirse, se paseaba con el libro en una mano y en la otra la lámpara.
Por fin redentorista y sacerdote
Por haber superado los 28 años de edad, se le redujo un año el trienio del curso de filosofía. Al iniciar sus estudios de filosofía, probablemente en 1782, el Josefinismo ya se había difundido en toda Austria, y con él se difundía un aire anticatólico en las universidades y hasta en los seminarios. Por eso Clemente decidió terminar sus estudios en Roma y no en Viena.
Se presentó a su amigo Tadeo Hübl, en el hospital, y le comunicó su decisión: "Me voy a Roma, ¿Vienes conmigo?". Tadeo, sorprendido le contestó: "¿Qué te pasa por la cabeza? ¡Yo debo guardar cama! Y luego yo no tengo plata para el viaje". Clemente, preparado, le replicó: "En la plata, pienso yo. En tu salud, el Señor. Vámonos". Hacia el final de 1784 salieron.
Recibidos en la Congregación del Santísimo Redentor en octubre del mismo año, fueron ordenados sacerdotes en Alatri el 29 de marzo del 1785. Terminados los estudios en Frosinone con los padres Redentoristas, volvieron a Viena con el deseo de introducir en Austria el Instituto fundado por San Alfonso María de Ligorio.
Una "Pasquinata" para Austria
Una vez en su patria, Clemente y Tadeo, se dieron cuenta de que la vida religiosa querida por José Il, que había transformado los conventos en centros de irreligiosidad, había empeorado. La idea de iniciar con nuevas casas religiosas pareció absurda.
El pícaro poeta romano Pasquino se interesó del matiz anticatólico de la política del gobierno "católico" de Viena. Comentando el viaje del Papa Pío Vi a Austria en 1782, el mismo poeta observó: "El Papa se fue a Viena para celebrar dos misas: una para sí, sin gloria; y otra para José II, sin credo".
Este clima imposible para los católicos de auténtica fe apostólica y romana, obligó a los dos nuevos Redentoristas a emigrar. Decidieron irse a la Rusia blanca, pasando por Varsovia. En el viaje se encontraron con Kunzmann, el amigo de los tiempos difíciles, el compañero de las primeras peregrinaciones de Clemente a Roma. Le invitaron a seguirlos. Kunzmann aceptó la propuesta, y fue el primer Redentorista laico transalpino.
Varsovia: 1787-1808
Los tres llegaron a la capital polaca en febrero de 1787. Tenían que haberse quedado sólo unos días, a más tardar algunas semanas, antes de continuar el viaje hacia la ciudad de Straisund. Pero, en las dependencias del templo de San Benón se hallaba una asociación con el fin de ayudar a los extranjeros, y los misioneros fueron encargados de guiar espiritualmente la cofradía. El rey Estanislao Poniatowski dio la orden de que, por el bien que obraban, estos misioneros no dejaran Varsovia. Los primeros pasos fueron muy difíciles, como leemos en el boletín N' 1 del primer convento Redentorista transalpino: "El agua chorreaba por todas partes. El piso húmedo, faltaban las camas. Las primeras noches dormían dos sobre la mesa y el tercero descansaba sobre la silla. Las cucharas: hechas a mano por Kunzmann". El primero de agosto, mientras los tres discutían sobre la posibilidad de abandonar a San Benón, un golpe seco y aterrador se escuchó sobre la mesa. Clemente observó: "Ha muerto nuestro padre Alfonso de Ligorio, es la señal". Pero también fue la señal del santo fundador: a pesar de las condiciones desesperadas, había que tener confianza y quedar.
Lentamente mejoró la situación.
Fue favorablemente recibido el trabajo pastoral de los Redentoristas; y en la iglesia iba aumentando siempre más el número de gente. A principios de 1788 habían abierto una escuela con más de 200 niños. Era principalmente para los hijos de los alemanes católicos, pero fueron recibidos sin vacilación también los niños polacos y los hijos de los alemanes protestantes. Si faltaba dinero, Clemente mismo iba a pedir limosna. Un día, un señor, al pedido de limosna le escupió en la cara, y Clemente, tranquilo, le dijo: “¡Esto es para mí! Ahora dadme también algo para mis niños". Ya desde el primer año de la fundación de la casa de Varsovia, muchos novicios entraron a formar parte de la comunidad. Ocho años después, había ocho sacerdotes, cinco estudiantes y siete novicios. Todo esto era alentador para el futuro de la comunidad Redentorista.
Un cierto señor Bonaparte
El 4 de julio de 1807, el P. Tadeo Hübi murió de tifus contraído cuidando a los soldados. El dolor por haber perdido al amigo más querido, fue tal, que Clemente, cuatro meses más tarde, aún no se tranquilizaba, y fue él mismo quien lo dijo: no puedo todavía sacudirme del dolor que me oprime. Me someto a la voluntad de Dios y me esfuerzo en querer sólo lo que él quiere, pero confieso que desde su muerte no he pasado ni una hora feliz... El Señor lo quiso, bendito sea su nombre. Lo hizo para nuestro bien. Grave la herida. Sangra mucho. Pero Dios lo quiso".
En poco tiempo, la hermana muerte tocó dos veces a la puerta de San Benón. Pero el acontecimiento más trágico tuvo lugar cuando a la misma puerta tocaron los soldados de Napoleón, quien, ocupó a Varsovia en 1808, y ordenó el cierre de la casa. Los cuarenta Redentoristas, bajo guardia, fueron conducidos al fortín de Kuestrin, desde el cual P. Clemente escribió: Tanta mala suerte nos conforta el pensamiento de que todo sucede por voluntad de Dios. Liviano es el sufrimiento porque nada tenemos que reprocharnos... Hemos sido separados de todos y no sabemos porqué. Estamos ahora encerrados en la fortaleza, y Dios sólo sabe lo que nos espera. Reconocemos en todo acontecimiento la voluntad de Dios. ¡Que Él sea alabado siempre”. Estas palabras en el momento más dramático y penoso de su vida, muestran la fe excepcional y la grandeza de ánimo de Clemente. En el fortín de Kuestrin quedaron cuatro semanas. Luego cada Redentorista recibió la orden de volver cada cual a su pueblo natal. Clemente con el corazón destrozado observaba las ruinas de veinte años de duros trabajos y sacrificios sin límites. Pero justamente sobre estas ruinas, la Providencia, en su extraño operar, preparaba nuevos programas para él y para su Instituto.
Viena: 1808-1820
Después de todos estos fracasos pensó partir para Canadá, pero las ambiguas circunstancias políticas le obligaron a quedarse en Viena. Aquí, rigurosamente controlado por la policía, ejerció inicialmente el ministerio sacerdotal en la iglesia nacional de los italianos. En 1813 fue nombrado rector de la iglesia de las hermanas Ursulinas y su confesor. Desde entonces por la dirección espiritual, las prédicas, las confesiones y los ejercicios espirituales convirtió y asistió -a menudo materialmente- a gente de toda clase social. Muchos jóvenes universitarios, amigos de casa, abrazaron luego la vida sacerdotal.
Mediante esta su actividad, escondida pero clara y de amplias perspectivas, Clemente influyó en el Congreso de Viena, en la cultura de su tiempo y en todo el movimiento romántico austriaco.
Murió el 15 de marzo de 1820.El mismo día, Mons. Leardi, Nuncio Apostólico en Austria, escribió al Card. Consalvi, con el anuncio de la muerte, también el elogio más breve, más verdadero y bello: "El amado P. Hofbauer, hoy a mediodía, entró en la paz eterna. Todos los buenos están en consternación por la pérdida de esta columna de la santa causa. Es imposible la compensación".
LAS CONSECUENCIAS DE LA ACCIÓN DE CLEMENTE
En Viena, en los años 1810‑1820, varios trabajos fueron terminados por el Padre Clemente María Hofbauer: el restablecimiento y el desarrollo de las devociones populares, la reforma de la oratoria sagrada, la difusión de la Congregación del Santísimo Redentor.
En las tradicionales devociones populares -las peregrinaciones, el culto a la Virgen y a los santos, el rezo del santo rosario: obstaculizados por el josefinismo- el santo veía la posibilidad de un renacimiento de la vida de fe en Austria donde dominaba el jansenismo, refutado también por San Alfonso.
En cuanto a la oratoria sagrada, o a la predicación del Evangelio, José II -quien por su intromisión en la liturgia fue apodado el rey sacristán- había establecido que las homilías dominicales sirvieran para tratar cuestiones económicas. Erico Laube, famoso director del Burgtheater de Viena, contaba que había oído un sermón sobre la parábola del hijo pródigo, en el que el orador habló únicamente del modo de criar cerdos y en cuantas formas se podían preparar los pikles en vinagre.
Frente a estas profanaciones, Clemente decidió: "Hay que comenzar de nuevo a predicar el Evangelio". Sólo el Evangelio, con sus verdades y sus misterios. En otras palabras, había que predicar a Cristo, con un estilo simple y comprensible a todos, como hacía San Alfonso de Ligorio.
Cuando en 1785, P. Clemente había salido de Roma, llevó consigo el anhelo de difundir la Congregación en las regiones del norte. No obstante los fuertes desengaños, como la supresión de las casas por él fundadas y la dispersión de los Redentoristas, la Providencia no permitió que su aspiración y sus trabajos apostólicos desaparecieran del todo. Al contrario, justamente sobre estos fracasos, la Congregación encontró un empuje para el crecimiento; y en la dispersión de los Redentoristas se realizó la difusión del Instituto más allá de los montes y más allá de los mares.
Recordamos únicamente que el 16 de enero de 1818, en Suiza, el cantón de Friburgo había aprobado la concesión de la abandonada Cartuja de la Valsanta al P. Passerat y a sus compañeros. Y el doce de mayo del mismo año, los desterrados Redentoristas, tomaron posesión. Enseguida después, algunos jóvenes suizos pidieron ser admitidos en la Congregación.
La noticia de esta fundación llenó de alegría al P. Clemente, quien también envió a un joven postulante para hacer el noviciado. Recordamos, además, que en 1820, el emperador Francisco I cedió al P. Clemente y cohermanos la maravillosa joya de arte gótica que es la iglesia de Santa María de la Scala.