
Un pequeño gran hombre... Una vida
santa
Mabel Bacigaluppi - vicepostuladora
Al ingresar al templo de la Parroquia de Ntra. Sra. de Las Victorias,
ubicada en la esquina de Paraguay y Libertad, Ciudad de Buenos Aires,
nos sorprende una tumba con la inscripción:
Antonio
Solari, Siervo de Dios, Una vida llena de Dios, Pasó haciendo el Bien, y
sobre ella, su retrato.
Y seguramente nos hemos preguntado: ¿quién fue? ¿qué hizo? ¿por qué está
sepultado aquí?.
Don Antonio Solari nació en Chiávari (Génova, Italia) en 1861. Su
familia emigra a la Argentina cuando Antonio tenía unos cinco años.
Debido a la muerte de su padre y a la enfermedad de su hermano mayor
debió encargarse de su familia; renunció a su gran aspiración de entrar
en el Seminario y abrazar el sacerdocio.
Laico redentorista, vicentino de corazón, fue un entusiasta apóstol de
los necesitados, ejemplo de fe afectiva y efectiva en Cristo vivo,
vivificante y vivificador. Buscó a Dios allí donde iba a encontrarlo: en
los pobres, obreros, estudiantes, profesionales, encarcelados y a su
vez, al reconocerlo y escucharlo, en todos los que lo buscaban.
El 25/10/1883 arribaban a Buenos Aires los cinco primeros Padres
Redentorista y se bendecía la Capilla de Nuestra Señora de Las
Victorias. El Señor Arzobispo los encomendó a Solarl; quien no sólo
trabó amistad con ellos, sino que bebió el espíritu de San Alfonso,
colaborando dentro y fuera de Las Victorias en la acción misionera
redentorista. Don Antonio hizo su apostolado en esta parroquia durante
64 años, hasta su muerte. Todos los que lo conocieron quedaron admirados
por su bondad, buen ánimo, generosidad hasta el extremo, humildad y
paciencia asombrosas que le granjearon fama de santidad en vida.
Trabajó en los Tribunales actuando como Oficial Mayor de justicia.
Simultáneamente el Arzobispo de Buenos Aires, Monseñor Federico Aneyros,
le ofreció la Colecturía de Rentas en la Curia. Trabajó como Colector de
Rentas del Arzobispado durante 54 años, recibiendo una alta estima por
parte de los Arzobispos por su abnegación y responsabilidad. Ayudaba a
los pobres en todas partes, extrayendo dinero de “su bolsillo
inagotable”, y como fundador y presidente de la Conferencia de
Vicentinos de la parroquia, junto a jóvenes profesionales y reconocidas
personalidades de la cultura porteña, con quienes visitaba a los pobres
semanalmente en sus hogares.
Humanamente podríamos decir, que Don Antonio era de bajo perfi l por su
sencillez en el trato, pero lleno del Espíritu Santo cuando convocaba a
jóvenes de las calles y plazas para recibir la catequesis de iniciación.
Con estos jóvenes Don Antonio formó la Asociación de Jóvenes Cristianos,
colaboró con el P. Federico Grote en la fundación de los Círculos
Obreros.
Su gran amor por nuestra Madre lo motivó a fundar también la
Archicofradía de Ntra. Sra. del Perpetuo Socorro. Desde 1919 y todos los
11 de noviembre, convocaba a miles de estudiantes secundarios y
universitarios para la Misa del Estudiante contando también con la
colaboración de Presidentes de la República, Ministros del Poder
Ejecutivo y altas autoridades eclesiásticas, militares, decanos y
profesores. También tuvo el cargo de protesorero del XXXII Congreso
Eucarístico Nacional de 1934. Este incansable laico era capaz de dar
ocupación a toda la comunidad.
Con quienes reunía, cuidaba la vida de todos sin distinción: enseñando
catequesis a los presos de la Cárcel Correccional; ocupándose de enseñar
a leer a los obreros en clases nocturnas, colaborando con la obra de
Matrimonios Cristianos, colaborando en la fundación de asilo para
familias de obreros inválidos, colaborando en la construcción de un
oratorio en el barrio de Belgrano.
De todas estas obras, este Siervo de Dios era dirigente y colaborador
eficaz hasta el extremo. Enardecía a los miembros de la Conferencia
Vicentina con su palabra cálida y vibrante y era para todos un espíritu
de entrega: visitando enfermos, moribundos, legalizando y regularizando
Matrimonios. Su mayor dedicación fueron las vocaciones sacerdotales y
religiosas. Su deseo mas íntimo había sido ingresar al Seminario para
ser ordenado sacerdote, pero esta vocación no pudo realizarse dado que
fue el sostén económico de su familia.
Fue tal su amor al Señor y su necesidad de anunciarlo de distintas
maneras que descubrió la vocación de varios jóvenes que con su
acompañamiento llegaron a ser sacerdotes. Don Antonio cuidó con ternura
y cercanía la vida.
Causa de
beatificación y canonización
Don Antonio Solari falleció en Buenos Aires en 1945. Dejó tal fama de
hombre de Dios, que a su muerte la Congregación Redentorista, los
Vicentinos y muchos que lo conocieron pidieron a la Iglesia estudiara su
vida y sus ejemplos, por si Don Antonio fuera digno de ser venerado,
invocado e imitado en todo al Pueblo de Dios.
Es el proceso de Beatificación y Canonización, cuyo término feliz es la
solemne declaración de ser Santo. Solamente el Sumo Pontífice declara
esta santidad, Mientras dure este Proceso -que puede demorarse,
interrumpirse o abandonase- no se le da título de santo ni veneración a
la par de los santos.
-Resumen biográfico del material de divulgación de
la causa. Parróquia Las Victorias, Buenos Aires, Argentina-.
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