Roma, 09 de noviembre de 2024
Misioneros de la Esperanza tras las huellas del Redentor
AÑO DEDICADO A LA FORMACIÓN PARA LA MISIÓN
El Señor que nos instruye para reavivar el don de Dios
que habita en nosotros
Const. 77-90, Est. 050-085; Mt 10,5-15, Lc 9,1-6, 2 Tm 1,6
Queridos Cohermanos, Formandos, Laicos asociados a nuestra misión y
Oblatos Redentoristas, Juventud Misionera Redentorista (JUMIRE), Ex
Seminaristas Redentoristas y demás Familia Redentorista:
Del
21 al 24 de octubre de este año, asistí a la reunión del Secretariado de
la Orden del Santísimo Redentor en Scala y me alojé en la casa donde
nació la Congregación. Durante algunos descansos, aproveché para visitar
la gruta de Scala y contemplar las montañas que rodean la pequeña
ciudad. En esos momentos, surgieron en mi mente varias preguntas: ¿cómo
vivieron Alfonso y sus compañeros en este lugar en su tiempo? ¿Cuáles
eran sus sueños, tanto como personas como misioneros? ¿Qué
preocupaciones y anhelos tenía Alfonso como fundador? ¿Cuáles fueron sus
noches oscuras y sus experiencias con el Amado Redentor? ¿Qué sentiría
al ver una Iglesia distante de los pobres, mientras luchaba por
acercarla a ellos? ¿Qué emociones habitarían su corazón cuando su
pequeño Instituto fue aprobado por Roma? Y, ¿qué palabras tendría hoy
para la Congregación?
Con estas preguntas en mi mente y en mi corazón, pensé en cada cohermano
y formando que he conocido, tanto en persona como a través de Internet;
en las diversas realidades que he presenciado al visitar comunidades
redentoristas en diferentes países; en la gran labor misionera que se
realiza y en la valiosa colaboración de nuestros laicos. Después de dos
años y algunos meses de servicio en la animación de la Congregación,
quisiera compartir algunas impresiones sobre el camino recorrido.
Actualmente, la Congregación está presente en 85 países y cuenta con
4,551 cohermanos. Esta presencia misionera en distintos contextos debe
alegrarnos y hacernos conscientes de nuestro rostro multicultural e
internacional. Esta diversidad es una gran riqueza y no debe convertirse
en un factor de dispersión. Quizás el mundo nos enseña a temer al otro,
pero el Evangelio nos llama a ser samaritanos dentro de nuestras propias
comunidades y en nuestro apostolado cotidiano (cf. Lc 10,25-37), y a
acoger la diversidad, como nos recuerda 1 Cor 12,4-13: “Hay diversidad
de dones, ministerios y servicios, pero es el mismo Dios quien obra
todas las cosas en todos los hombres.” Si esto es verdad, el hecho de
ser un cuerpo misionero (cf. Const. 2) en la diversidad nos hace
creíbles para anunciar y testimoniar el Evangelio de forma siempre
renovada, con esperanza viva, para ser signo y luz del mundo
(Communicanda 1/2024).
Con una autocrítica adecuada, debemos tener un sano orgullo y un
profundo sentido de pertenencia a una Congregación que, desde su
fundación, nunca ha dejado de anunciar el Evangelio. La Congregación se
ha expandido y sigue proclamando hoy la abundante redención. Aunque
enfrentamos muchas debilidades, creo firmemente que nuestro potencial es
mucho mayor. Si remamos en la misma dirección, tendremos más fuerza,
incluso con perspectivas diversas, lo cual es sumamente saludable para
una institución. Las debilidades no son obstáculos que deban llenarnos
de pesimismo o desánimo, sino lecciones que nos permiten vislumbrar
nuevos horizontes con esperanza. El pesimismo, el desaliento y las
quejas no nos llevan a ninguna parte. Por esta razón, nuestra visión de
la Congregación debe ir más allá de las fronteras de nuestras
(vice)provincias, regiones y misiones. Esto nos permite reconocer el
dinamismo que existe en la Congregación, fortalecer nuestra esperanza,
renovar nuestro sentido de pertenencia, fomentar la solidaridad entre
nosotros y afinar nuestra disposición misionera. ¡La reestructuración y
reconfiguración nos llaman a ello!
En este 292 aniversario de la Congregación, invito a cada profeso,
estudiante y laico a hacer memoria, a repasar en el corazón el camino
recorrido desde su primer contacto con la Congregación hasta hoy:
alegrías, penas, retos, crisis, logros, cambios… Se trata de recordar la
propia vocación y preguntarse: ¿qué me trajo aquí? ¿Cómo me sigue
enviando el Redentor en misión? ¿De qué manera necesito dar pasos
cualitativos en mi compromiso misionero redentorista? Confío en que, al
final de esta revisión de la historia personal, cada uno encontrará un
profundo consuelo en su corazón, escuchará la voz del Redentor diciendo:
“Avancen hacia aguas más profundas” (Lc 5,4) y verá el rostro de san
Alfonso diciendo: “Hijos míos, avancen; yo estoy con ustedes hasta el
final”.
Considero que algunos elementos pueden fortalecer el dinamismo misionero
de la Congregación: no descuidar la promoción vocacional, la formación
inicial y permanente; renovar cada día nuestro sentido de pertenencia;
orar por nuestra vocación y pedir al Señor la gracia de la perseverancia
vocacional; intensificar nuestra vida comunitaria y alimentar nuestra
espiritualidad, tanto personal como comunitaria, sin perder de vista la
riqueza de nuestras fuentes espirituales: las Escrituras, las
Constituciones, la hagiografía redentorista y los escritos de muchos
cohermanos actuales. Es esencial renovar continuamente la conversión del
corazón y de la mentalidad, liberarnos de nuestras zonas de confort,
conservar nuestro celo pastoral y ardor misionero, y reafirmar nuestra
disponibilidad misionera ante el Señor. Que no nos falte nunca el
compromiso con los más pobres y abandonados, la lectura de los signos de
los tiempos, y la renovación de nuestros métodos misioneros, viendo el
mundo como una oportunidad para evangelizar y no como una amenaza que
nos limita. Comunicar siempre la alegría del Evangelio desde nuestra
consagración y fomentar una cultura del cuidado, tanto dentro de
nuestras comunidades como en nuestros ambientes apostólicos, son también
aspectos esenciales de nuestra misión.
Incluso en los contextos donde la Congregación enfrenta momentos
difíciles, esto no debe ser motivo de desánimo para los congregados ni
para los laicos asociados a nuestra misión. La Congregación está viva,
con 292 años de historia, madura con el paso del tiempo, enriquecida por
la lectura de los signos de los tiempos, con la fuerza que proviene del
Evangelio y el rostro alegre del ser misionero en cada cohermano,
sostenida por las oraciones del Pueblo de Dios y guiada por el Espíritu
Santo como una obra en marcha. Llevemos adelante esta obra redentora con
alegría, ¡pues somos “Misioneros de la Esperanza tras las huellas del
Redentor”!
Junto a María, nuestra Madre del Perpetuo Socorro, y acompañados por
nuestros Santos, Beatos, Mártires y Venerables, así como por la
dedicación de cada cohermano, estudiante y laico, nos preparamos para
celebrar los 300 años de nuestra querida Congregación.
Fraternalmente,
P. Rogério Gomes C.Ss.R
Superior General
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