SAN JUAN NEUMANN

 

NUEVA YORK: 1830

Por las largas carreteras americanas, voces alemanas, francesas, españolas se mezclaban a las inglesas en una alegre conversación. Hombres y mujeres, llegados de Europa, desde hacía tiempo habían entrado en aquella tierra que llenaba sus aspiraciones. Por los vidrios de paradores y mesones, se veía a los trabajadores tragar apurados la comida; y luego, afuera, otra vez apurados, ganar dólares. Esta era América. La tierra de la que se esperaba todo: trabajo, libertad y bienestar. Pero esta América también tenía sus cosas sucias: asociaciones clandestinas, que aparecían del día a la noche e infinitas sectas pululaban rápidamente por doquier; la religión católica era a menudo tratada como superstición medieval; en las escuelas estatales los profesores se burlaban del Papa y de la Iglesia; existían peligros para la fe. Sobre todo los católicos alemanes se sentían desorientados, perdidos, porque nadie podía comprender su idioma ni su alma.

Los obispos enviaban al otro lado del océano, siempre más numerosos sus pedidos: “necesitamos plata para escuelas y templos; pero más aún sacerdotes". Sus voces, como los pedidos, fueron escuchados por Juan Neumann, quien contestó con entusiasmo y generosidad.

Durante la solemne concelebración eucarística que se desarrollaba delante de la basílica de San Pedro en Roma, Paulo Vi lo elevó al honor de los altares, con el regocijo del pueblo, el 19 de Junio de 1977. En el discurso de canonización dijo: "Damos gloria al Señor que nos concede el gozo de poder declarar santo al obispo de Filadelfia, en los Estados Unidos de América, Juan Nepomuceno Neumann, ya por nos declarado beato el 13 de octubre de 1963. Honor a la iglesia católica estadounidense que inscribe en el libro de sus santos a su primer campeón.

Juan Nepomuceno Neumann era un emigrado europeo oriundo de Bohemia, nacido en Prachatitz el 28 de marzo de 1811, educado en el seminario de Budejovice, que entonces pertenecía al imperio austrohúngaro, y luego a Praga, donde completó sus estudios teológicos. Habiéndosele postergado la ordenación por el excesivo número de alumnos, el joven Neumann se fue a Estrasburgo y se asoció a un proyecto de misiones a América".


NUEVA YORK: JUNIO DE 1836

En Estrasburgo, en febrero de 1836, había recibido una calurosa recepción por Mons. Ráss, organizador de las misiones americanas en Europa. Pero pocos libros y nada de plata para el viaje que se preanunciaba duro y muy triste. Sin embargo, sin saber si en América existiese un obispo dispuesto a recibirle y ordenarlo sacerdote, el joven Neumann, a los 25 años, viajó.

En París, la carroza, que él había pagado por adelantado, también salió por adelantado. Viéndola irse, a pie se puso en camino hacia Le Havre, hasta que otro cochero lo llevó gratis. Aquella noche escribió en su diario: "Mi desaliento es particularmente grande. Los zapatos van a romperse, y el tiempo es malo..., las aguas de la nostalgia suben más y más". Desembarcó en América el 2 de junio.

El obispo de Nueva York le recibió con los brazos abiertos. Y el 25 del mismo mes, en la catedral de San Patricio, lo ordenó sacerdote. Juan pasó los días antes de la ordenación en un sin fin de sentimientos de nostalgia, pero también de gozos profundos y ya en plena actividad le confiaron la preparación a la primera comunión de 30 niños alemanes. A los dos días de su ordenación, el obispo le entregó un altar portátil, plata para el viaje, y le asignó su destinación.

El nuevo misionero salió inmediatamente dirigiéndose a Búfalo para ponerse a disposición del Padre Alejandro Pax, jefe de dicho distrito misionero. A los confines de las represas del Niágara. El obispo le manifestó el deseo de que, pasando por Rochester, se quedara unos días con los alemanes presentes en la ciudad, quienes faltos de sacerdotes que hablasen la lengua, no tomaban ya parte en los oficios religiosos. Allí inició su trabajo de sacerdote y misionero. Anunció la Palabra de Dios y administró los sacramentos a una muchedumbre de inmigrantes, emocionados al escuchar homilías claras y humanas en lengua materna. Hubieran querido retenerlo para siempre.

En Rochester conoció al P. José Prost. El encuentro con este Redentorista fue muy importante para Juan, quien le pidió unos consejos, admiró su caridad y prudencia, y el amor al propio Instituto. En Búfalo el Padre Pax le recibió alegremente y le invitó a escoger el campo de trabajo. Neumann eligió la campaña para ocuparse de los más desamparados, y por tanto más necesitados de ayuda. Fue a Williarnsville. Se hospedó en la casa de la familia Wirtz. La parroquia a sus cuidados tenía casi 400 familias en centenares de Km, en la zona del Llagara. Abundaban los bosques, escaseaban los caminos. Cuatro o cinco villorrios y luego chozas construidas precariamente, y a grandes distancias unas de otras.

El Padre Juan, de cualquier forma, a menudo a pie, buscó llegar a todos, especialmente a los más aislados, alejados y a los enfermos. Al llegar, él sacaba su altar portátil y lo preparaba, a veces en una casucha, otras bajo un árbol, y otras en la capillita de madera; luego, celebraba la misa, escuchaba confesiones. Visitaba a los enfermos. Reunía a los niños y los instruía.


EN FUGA POR UNA SIRVIENTA

El P. Neumann conquistó la estima de todos por su bondad. Pero, además de ser un buen cura, era también un tipo que no aceptaba las fechorías de los prepotentes, quienes le obligaron a alejarse. La ocasión se pre­sentó cuando unos administradores de la comunidad exigían hiciera la vista gorda sobre algunas sumas de dinero. Y, dado que Juan no quería perjudicar su vista con gordura "inútil", aquellos acentuaron detalladamente en sus conversaciones la presencia de una sirvienta, joven y cariñosa, que vivía en la casa donde él se hospedaba... Viejo truco. Vieja historia. ¡Aún no se conocía el comunismo!

Se fue en silencio, de noche, con la bendición de su obispo. Y se trasladó a North Bush, otro villorrio de la misma infinita parroquia, donde trabajó con el mismo celo y el mismo entusiasmo. No se quedó tampoco cuando el paludismo sacudió toda su persona con escalofríos interminables. La consecuencia de este darse a todo trance, fue que a los cuatro años había perdido casi por completo sus energías iniciales.


PITTSBURG, 1842: REDENTORISTA

Tuvo que guardar cama por tres meses en Rochester, en la casa de los padres Redentoristas. Durante la enfermedad su mente seguía la pista de dos reflexiones que le llevarían a un cambio en su vida: volvió a pensar en todos sus parroquianos, en los niños especialmente, quienes lo recibían siempre con mucha fiesta, y en los enfermos; en las muchas escuelas e iglesias construidas; pero pensó también en el trabajo misionero como lo realizaban los Redentoristas, y lo juzgó más útil para el pueblo de Dios, porque era más ordenado y constante.

Así decidió pedir ser admitido en la Congregación del Santísimo Redentor. Con él emitió los votos religiosos también el hermano Wenceslao, maestro de primaria, quien no aceptó la propuesta de continuarlos estudios para ser sacerdote, y se quedó hermano coadjutor. Profesaron en la casa de los Redentoristas en Pittsburg.

En esta misma ciudad, donde había sido nombrado superior y párroco con el encargo de llevar a cabo la construcción del nuevo templo de Santa Filomena, en la primavera del 1847 Neumann recibió el nombramiento también de vicegerente del provincial austriaco. En 1848 era, además, nombrado Vicario General de los Redentoristas en América. Con este cargo fue el superior de las diez casas americanas del Instituto, que él incrementó con la fundación de nuevas casas y la preparación de nuevos aspirantes.


BALTIMORE, 28 DE MARZO DE 1852: OBISPO

La noticia de su nombramiento como obispo de Filadelfia, encuentra a Neumann desprevenido por completo; y la carta del Papa Pío IX no dejaba lugar a objeciones y menos a rechazos. Se encontró indigno pero, obediente, aceptó. Fue consagrado obispo en la misma iglesia de los Redentoristas. Dos días después ya estaba en Filadelfia, una de las ciudades más importantes de Norte América, con sus 400.000 habitantes, sus poderosas construcciones, sus museos, sus universidades, pero también con las favelas de los obreros y las miserias de los sin techos.


LAS ESCUELAS, LAS VISITAS PASTORALES, LOS TEMPLOS

Lo que más quería Neumann era la realización de las escuelas católicas. Cuando llegó a Filadelfia, las escuelas católicas eran dos en todo el territorio; a los ocho años eran ciento. Y si hoy, las escuelas católicas, con los cinco millones de alumnos son el signo más claro de la vitalidad de la iglesia norteamericana, a él se lo debe.

Para la instrucción religiosa, Juan había preparado el Pequeño catecismo que, hasta 1889 había sido impreso 38 veces. También compuso un Catecismo medio de la religión Romano-Católica, el cual tuvo 11 ediciones.

Siempre con respecto a la instrucción cristiana tuvo una intuición verdaderamente genial para los tiempos: comprometer a los padres para la formación cristiana de los niños y adolescentes: "Estoy siempre más convencido de que nuestros esfuerzos en la actividad pastoral serán inútiles si en los padres no creamos conciencia de que ellos deben hacer algo más para la educación de sus hijos".

Después de las escuelas, las visitas a las varias parroquias y comunidades, especialmente las más alejadas, tuvieron ocupado su tiempo y energías. Sus visitas pastorales significaban la unión del único pastor, Cristo, con sus fieles, y el compromiso a que vivieran unidos entre sí, en la fe, aunque por las grandes distancias vivían alejados y desconociéndose los unos a los otros.


Si los sacerdotes eran tan pobres que no podían ir a recibirle ni con un caballo, Mons. Neumann llegaba a ellos a pie, después de kilómetros y kilómetros. En una oportunidad, un cura, no poseyendo otra cosa mejor, fue a buscarle a la estación con un carro que servía para transportar estiércol.


1854: EL VIAJE DE LA FE Y DE LA NOSTALGIA

Con ocasión de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, Neumann fue invitado a Roma por Pío IX. Llegó en la primera mi­tad de noviembre, y se hospedó por casi dos meses en la casa de los cohermanos Redentoristas de la Calle Monterone. Cinco o seis veces peregrinó por las siete iglesias, siempre en ayunas, a pie y orando.


De Roma, después de visitar el santuario mariano de Loreto, volvió a su tierra natal: fueron el amor y la nostalgia hacia su viejo papá y los inolvidables, también viejos amigos, los que le impulsaron a regresar. En Prachatitz fue como abrazado por dos filas de coterráneos que entusiastas lo recibieron con banda y fuegos artificiales. Su padre, ya completamente ciego, lo esperó a la puerta de la casa. El pueblo hasta allí le acompañó y al abrazarse padre e hijo, todos lloraban. Alguien en el momento se recordó de la madre, y el obispo comentó: Allá desde arriba nos mira y se alegra". Volvió a Filadelfia el 9 de febrero de 1855.


5 DE ENERO DE 1860: LA ÚLTIMA PARADA

Una vez en su sede, el obispo Neumann inició la realización de una sugerencia recibida por el Sumo Pontífice: constituir una orden de religiosas con espiritualidad franciscana y prepararlas a las peculiares necesidades de su diócesis. El 9 de abril de 1855 él mismo presidió la toma de hábito de tres jóvenes, aceptándolas como hermanas de la tercera Orden de San Francisco de Asís, para quienes escribió una regla de vida.

La fundación y el desarrollo de un instituto femenino para la colaboración en la enseñanza del catecismo y otros servicios parroquiales fue la última obra importante de Mons. Neumann.

Su obra pastoral en favor de los más necesitados se paró con su muerte que bloqueó definitivamente su actividad en una calle de Filadelfia: tenía 49 años. Un hombre de su talla no podía morir en la cama: además de lujo, hubiese sido una burla para él, quien había vivido buena parte de su vida en la calle para continuar la Obra de Cristo Redentor.


Oración


Oh Dios, tú quisiste

que tu Obispo Juan
se distinguiera

en el servicio pastoral
a favor de los hombres

más abandonados;
haz que, imitando su constante

deseo de alcanzar la perfección
por el cumplimiento

de las tareas de cada día,
podamos servir eficazmente

a tu Iglesia.
Por nuestro Señor Jesucristo.