Por las largas carreteras americanas, voces alemanas, francesas,
españolas se mezclaban a las inglesas en una alegre conversación.
Hombres y mujeres, llegados de Europa, desde hacía tiempo habían entrado
en aquella tierra que llenaba sus aspiraciones. Por los vidrios de
paradores y mesones, se veía a los trabajadores tragar apurados la
comida; y luego, afuera, otra vez apurados, ganar dólares. Esta era
América. La tierra de la que se esperaba todo: trabajo, libertad y
bienestar. Pero esta América también tenía sus cosas sucias:
asociaciones clandestinas, que aparecían del día a la noche e infinitas
sectas pululaban rápidamente por doquier; la religión católica era a
menudo tratada como superstición medieval; en las escuelas estatales los
profesores se burlaban del Papa y de la Iglesia; existían peligros para
la fe. Sobre todo los católicos alemanes se sentían desorientados,
perdidos, porque nadie podía comprender su idioma ni su alma.
Los obispos enviaban al otro lado del océano, siempre más numerosos sus
pedidos: “necesitamos plata para escuelas y templos; pero más aún
sacerdotes". Sus voces, como los pedidos, fueron escuchados por Juan
Neumann, quien contestó con entusiasmo y generosidad.
Durante la solemne concelebración eucarística que se desarrollaba
delante de la basílica de San Pedro en Roma, Paulo Vi lo elevó al honor
de los altares, con el regocijo del pueblo, el 19 de Junio de 1977. En
el discurso de canonización dijo: "Damos gloria al Señor que nos concede
el gozo de poder declarar santo al obispo de Filadelfia, en los Estados
Unidos de América, Juan Nepomuceno Neumann, ya por nos declarado beato
el 13 de octubre de 1963. Honor a la iglesia católica estadounidense que
inscribe en el libro de sus santos a su primer campeón.
Juan Nepomuceno Neumann era un emigrado europeo oriundo de Bohemia,
nacido en Prachatitz el 28 de marzo de 1811, educado en el seminario de
Budejovice, que entonces pertenecía al imperio austrohúngaro, y luego a
Praga, donde completó sus estudios teológicos. Habiéndosele postergado
la ordenación por el excesivo número de alumnos, el joven Neumann se fue
a Estrasburgo y se asoció a un proyecto de misiones a América".
NUEVA YORK: JUNIO DE 1836
En Estrasburgo, en febrero de 1836, había recibido una calurosa
recepción por Mons. Ráss, organizador de las misiones americanas en
Europa. Pero pocos libros y nada de plata para el viaje que se
preanunciaba duro y muy triste. Sin embargo, sin saber si en América
existiese un obispo dispuesto a recibirle y ordenarlo sacerdote, el
joven Neumann, a los 25 años, viajó.
En París, la carroza, que él había pagado por adelantado, también salió
por adelantado. Viéndola irse, a pie se puso en camino hacia Le Havre,
hasta que otro cochero lo llevó gratis. Aquella noche escribió en su
diario: "Mi desaliento es particularmente grande. Los zapatos van a
romperse, y el tiempo es malo..., las aguas de la nostalgia suben más y
más". Desembarcó en América el 2 de junio.
El obispo de Nueva York le recibió con los brazos abiertos. Y el 25 del
mismo mes, en la catedral de San Patricio, lo ordenó sacerdote. Juan
pasó los días antes de la ordenación en un sin fin de sentimientos de
nostalgia, pero también de gozos profundos y ya en plena actividad le
confiaron la preparación a la primera comunión de 30 niños alemanes. A
los dos días de su ordenación, el obispo le entregó un altar portátil,
plata para el viaje, y le asignó su destinación.
El nuevo misionero salió inmediatamente dirigiéndose a Búfalo para
ponerse a disposición del Padre Alejandro Pax, jefe de dicho distrito
misionero. A los confines de las represas del Niágara. El obispo le
manifestó el deseo de que, pasando por Rochester, se quedara unos días
con los alemanes presentes en la ciudad, quienes faltos de sacerdotes
que hablasen la lengua, no tomaban ya parte en los oficios religiosos.
Allí inició su trabajo de sacerdote y misionero. Anunció la Palabra de
Dios y administró los sacramentos a una muchedumbre de inmigrantes,
emocionados al escuchar homilías claras y humanas en lengua materna.
Hubieran querido retenerlo para siempre.
En Rochester conoció al P. José Prost. El encuentro con este
Redentorista fue muy importante para Juan, quien le pidió unos consejos,
admiró su caridad y prudencia, y el amor al propio Instituto. En Búfalo
el Padre Pax le recibió alegremente y le invitó a escoger el campo de
trabajo. Neumann eligió la campaña para ocuparse de los más
desamparados, y por tanto más necesitados de ayuda. Fue a Williarnsville.
Se hospedó en la casa de la familia Wirtz. La parroquia a sus cuidados
tenía casi 400 familias en centenares de Km, en la zona del Llagara.
Abundaban los bosques, escaseaban los caminos. Cuatro o cinco villorrios
y luego chozas construidas precariamente, y a grandes distancias unas de
otras.
El Padre Juan, de cualquier forma, a menudo a pie, buscó llegar a todos,
especialmente a los más aislados, alejados y a los enfermos. Al llegar,
él sacaba su altar portátil y lo preparaba, a veces en una casucha,
otras bajo un árbol, y otras en la capillita de madera; luego, celebraba
la misa, escuchaba confesiones. Visitaba a los enfermos. Reunía a los
niños y los instruía.
EN FUGA POR UNA SIRVIENTA
El P. Neumann conquistó la estima de todos por su bondad. Pero, además
de ser un buen cura, era también un tipo que no aceptaba las fechorías
de los prepotentes, quienes le obligaron a alejarse. La ocasión se
presentó cuando unos administradores de la comunidad exigían hiciera la
vista gorda sobre algunas sumas de dinero. Y, dado que Juan no quería
perjudicar su vista con gordura "inútil", aquellos acentuaron
detalladamente en sus conversaciones la presencia de una sirvienta,
joven y cariñosa, que vivía en la casa donde él se hospedaba... Viejo
truco. Vieja historia. ¡Aún no se conocía el comunismo!
Se fue en silencio, de noche, con la bendición de su obispo. Y se
trasladó a North Bush, otro villorrio de la misma infinita parroquia,
donde trabajó con el mismo celo y el mismo entusiasmo. No se quedó
tampoco cuando el paludismo sacudió toda su persona con escalofríos
interminables. La consecuencia de este darse a todo trance, fue que a
los cuatro años había perdido casi por completo sus energías iniciales.
PITTSBURG, 1842: REDENTORISTA
Tuvo que guardar cama por tres meses en Rochester, en la casa de los
padres Redentoristas. Durante la enfermedad su mente seguía la pista de
dos reflexiones que le llevarían a un cambio en su vida: volvió a pensar
en todos sus parroquianos, en los niños especialmente, quienes lo
recibían siempre con mucha fiesta, y en los enfermos; en las muchas
escuelas e iglesias construidas; pero pensó también en el trabajo
misionero como lo realizaban los Redentoristas, y lo juzgó más útil para
el pueblo de Dios, porque era más ordenado y constante.
Así decidió pedir ser admitido en la Congregación del Santísimo
Redentor. Con él emitió los votos religiosos también el hermano
Wenceslao, maestro de primaria, quien no aceptó la propuesta de
continuarlos estudios para ser sacerdote, y se quedó hermano coadjutor.
Profesaron en la casa de los Redentoristas en Pittsburg.
En esta misma ciudad, donde había sido nombrado superior y párroco con
el encargo de llevar a cabo la construcción del nuevo templo de Santa
Filomena, en la primavera del 1847 Neumann recibió el nombramiento
también de vicegerente del provincial austriaco. En 1848 era, además,
nombrado Vicario General de los Redentoristas en América. Con este cargo
fue el superior de las diez casas americanas del Instituto, que él
incrementó con la fundación de nuevas casas y la preparación de nuevos
aspirantes.
BALTIMORE, 28 DE MARZO DE 1852: OBISPO
La noticia de su nombramiento como obispo de Filadelfia, encuentra a
Neumann desprevenido por completo; y la carta del Papa Pío IX no dejaba
lugar a objeciones y menos a rechazos. Se encontró indigno pero,
obediente, aceptó. Fue consagrado obispo en la misma iglesia de los
Redentoristas. Dos días después ya estaba en Filadelfia, una de las
ciudades más importantes de Norte América, con sus 400.000 habitantes,
sus poderosas construcciones, sus museos, sus universidades, pero
también con las favelas de los obreros y las miserias de los sin techos.
LAS ESCUELAS, LAS VISITAS PASTORALES, LOS TEMPLOS
Lo que más quería Neumann era la realización de las escuelas católicas.
Cuando llegó a Filadelfia, las escuelas católicas eran dos en todo el
territorio; a los ocho años eran ciento. Y si hoy, las escuelas
católicas, con los cinco millones de alumnos son el signo más claro de
la vitalidad de la iglesia norteamericana, a él se lo debe.
Para la instrucción religiosa, Juan había preparado el Pequeño catecismo
que, hasta 1889 había sido impreso 38 veces. También compuso un
Catecismo medio de la religión Romano-Católica, el cual tuvo 11
ediciones.
Siempre con respecto a la instrucción cristiana tuvo una intuición
verdaderamente genial para los tiempos: comprometer a los padres para la
formación cristiana de los niños y adolescentes: "Estoy siempre más
convencido de que nuestros esfuerzos en la actividad pastoral serán
inútiles si en los padres no creamos conciencia de que ellos deben hacer
algo más para la educación de sus hijos".
Después de las escuelas, las visitas a las varias parroquias y
comunidades, especialmente las más alejadas, tuvieron ocupado su tiempo
y energías. Sus visitas pastorales significaban la unión del único
pastor, Cristo, con sus fieles, y el compromiso a que vivieran unidos
entre sí, en la fe, aunque por las grandes distancias vivían alejados y
desconociéndose los unos a los otros.
Si los sacerdotes eran tan pobres que no podían ir a recibirle ni con un
caballo, Mons. Neumann llegaba a ellos a pie, después de kilómetros y
kilómetros. En una oportunidad, un cura, no poseyendo otra cosa mejor,
fue a buscarle a la estación con un carro que servía para transportar
estiércol.
1854: EL VIAJE DE LA FE Y DE LA NOSTALGIA
Con ocasión de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción,
Neumann fue invitado a Roma por Pío IX. Llegó en la primera mitad de
noviembre, y se hospedó por casi dos meses en la casa de los cohermanos
Redentoristas de la Calle Monterone. Cinco o seis veces peregrinó por
las siete iglesias, siempre en ayunas, a pie y orando.
De Roma, después de visitar el santuario mariano de Loreto, volvió a su
tierra natal: fueron el amor y la nostalgia hacia su viejo papá y los
inolvidables, también viejos amigos, los que le impulsaron a regresar.
En Prachatitz fue como abrazado por dos filas de coterráneos que
entusiastas lo recibieron con banda y fuegos artificiales. Su padre, ya
completamente ciego, lo esperó a la puerta de la casa. El pueblo hasta
allí le acompañó y al abrazarse padre e hijo, todos lloraban. Alguien en
el momento se recordó de la madre, y el obispo comentó: Allá desde
arriba nos mira y se alegra". Volvió a Filadelfia el 9 de febrero de
1855.
5 DE ENERO DE 1860: LA ÚLTIMA PARADA
Una vez en su sede, el obispo Neumann inició la realización de una
sugerencia recibida por el Sumo Pontífice: constituir una orden de
religiosas con espiritualidad franciscana y prepararlas a las peculiares
necesidades de su diócesis. El 9 de abril de 1855 él mismo presidió la
toma de hábito de tres jóvenes, aceptándolas como hermanas de la tercera
Orden de San Francisco de Asís, para quienes escribió una regla de vida.
La fundación y el desarrollo de un instituto femenino para la
colaboración en la enseñanza del catecismo y otros servicios
parroquiales fue la última obra importante de Mons. Neumann.
Su obra pastoral en favor de los más necesitados se paró con su muerte
que bloqueó definitivamente su actividad en una calle de Filadelfia:
tenía 49 años. Un hombre de su talla no podía morir en la cama: además
de lujo, hubiese sido una burla para él, quien había vivido buena parte
de su vida en la calle para continuar la Obra de Cristo Redentor.
Oración
Oh Dios, tú quisiste
que tu Obispo Juan
se distinguiera
en el servicio pastoral
a favor de los hombres
más abandonados;
haz que, imitando su constante
deseo
de alcanzar la perfección
por el cumplimiento
de las tareas de cada día,
podamos servir eficazmente