Cada 26 de julio se celebra en la Iglesia Católica la
fiesta de los padres de la Santísima Virgen María y abuelos de
Jesús, San Joaquín y Santa Ana.
Ambos santos, llamados patronos de los abuelos, fueron personas de
profunda fe y confianza en Dios; y los encargados de educar en el
camino de la fe a su hija María, alimentando en ella el amor hacia
el Creador y preparándola para su misión.
Benedicto XVI, un día como hoy en 2009, resaltó -a través de las
figuras de San Joaquín y Santa Ana-, la importancia del rol
educativo de los abuelos, que en la familia “son depositarios y con
frecuencia testimonio de los valores fundamentales de la vida”.
En el 2013, cuando el Papa Francisco se encontraba en Río de Janeiro
(Brasil) por la Jornada Mundial de la Juventud Río 2013, y
coincidiendo su estadía con esta fecha, destacó que “los santos
Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido la
fe y el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María que
acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado
a nosotros. ¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar
privilegiado para transmitir la fe!”.
(
Fuente: ACI)
En el atardecer de la
vida
Reflexión de monseñor Jorge E. Lozano, obispo de
Gualeguaychú y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral
Social para el domingo 26 de julio de 2015.
La ancianidad es una etapa de la
vida a la que no siempre se llega bien, y la cual puede no ser
justamente valorada. Hay lugares del mundo en los que se tiene en
cuenta a los mayores ponderando su experiencia, y se los vincula con
la sabiduría.
Otras sociedades, en cambio, inmersas en una vorágine materialista y
consumista, miden a las personas por discapacidades productivas.
Así, los ancianos son poco tenidos en cuenta, y llegan a formar
parte de los excluidos de la sociedad.
Todos conocemos abuelos jóvenes. ¡Qué sería de tantas familias y
niños sin ellos! Algunos conjugan obligaciones laborales con
horarios importantes de cuidado de los nietos. He visto unas cuántas
situaciones en que los abuelos se hacen cargo de la educación de los
nietos, llevándolos a la escuela, hablando con los docentes,
ayudando con las tareas educativas. También acompañan en la
catequesis, enseñan a rezar, a vivir en los valores familiares y
sociales.
Es cierto que andan más despacio, o tal vez sea mejor decir que
menos apurados. Les gusta detenerse a conversar. Si en el barrio hay
buenas relaciones de vecindad son cordiales en los saludos y algunos
son muy valorados por su trayectoria.
Algunas familias enfrentan con angustia el dilema de las decisiones
acerca de la salud o el lugar de vivienda. Las casas son pequeñas, y
cuando hace falta que el adulto mayor tenga cuidados de enfermería
más permanentes, no se cuenta con lugar en casa para agregar una
persona más, o no hay recursos económicos suficientes. Surgen las
ideas y los sentimientos encontrados y los conflictos ante las
decisiones de acudir a un lugar de vivienda particular, un hogar de
ancianos.
Desde que era seminarista, antes de la ordenación sacerdotal, me ha
tocado visitar unos cuántos de estos hogares. Los he visto muy
buenos, con calidez en el personal que trabaja a su cuidado, con
buen clima de convivencia. Y esto tanto en los más caros, como en
otros sencillos y humildes. La alegría de la vida no depende de lo
caro de la cuota, sino de la visita de la familia y de las
actividades que se propongan.
A la hora de decidir, hay que pensar en qué es lo mejor para el
anciano, dentro de las opciones posibles, y dialogar en familia
acerca de las alternativas diversas y sus consecuencias.
Pero también he visto lugares que son un espanto. Descuido en la
limpieza, malos tratos, abandono de la familia, desidia en los
controles de los organismos pertinentes. Hace un tiempo una persona
que se dedica a visitar un geriátrico desde la Parroquia me pedía:
“¡Padre, diga algo! Es una vergüenza”.
Muchas veces pasan semanas o meses y hay quienes no son visitados
por sus hijos o nietos. Sobreviven con amargura sin mucha noción del
paso del tiempo. Les pasan los achaques de los años transcurridos,
algunas enfermedades o dolencias que se les han instalado, y
soledades prolongadas.
No son respetados en su derecho a una ancianidad digna. Son
sobrantes y descartables, y se los somete a una especie de eutanasia
en cuotas.
Qué distinto es cuando logran formar parte de centros de jubilados,
grupos de tercera edad, coros musicales o talleres de teatro. Son
importantes también las salidas y los paseos.
Hoy se conmemora en la Iglesia la fiesta de Santa Ana y San Joaquín,
papás de la Virgen María y abuelos de Jesús. Por eso se celebra el
día de los abuelos.
San Juan de la Cruz escribió: “En el atardecer de la vida, seremos
juzgados en el amor”. Si sos ya mayor de edad, andá haciendo memoria
de tus actos de amor dando gracias a Dios, y pidiendo perdón por
situaciones de egoísmo o falta de atención hacia los demás. Si sos
un poco más joven, fijate en los más grandes, para que vivan con la
alegría que se merecen.
¡Que todos los abuelos tengan un hermoso día!
Mons. Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú |