VIRGEN DEL PERPETUO SOCORRO
HISTORIA DEL ICONO


He tenido muchos nombres. Se me ha llamado "Virgen de la Pasión", "Virgen de los Dolores", "Madre de los Misioneros Redentoristas", "Madre de los hogares católicos".

El nombre, en cambio, que elijo es el de "Madre del Perpetuo Socorro", como es también el nombre con el que el Papa Pío IX pidió a los Misioneros Redentoristas que me dieran a conocer".

Mi historia cuenta cómo el Cielo se sirve de necesidades humanas para sus objetivos divinos. Se trata de una historia que parece complicada y aventurera pero, vista "desde arriba", es más bien una línea recta trazada a través de la historia humana.

Es la historia de un artista desconocido, de un ladrón arrepentido, de una jovencita curiosa, de una iglesia abandonada, de un viejo religioso y de un Papa.

Es, sobre todo, la historia de mi presencia en la vida apostólica de los Misioneros de la Congregación del Smo. Redentor.


El mercader que robó a "Nuestra Señora"

Una tradición del siglo XVI que ha llegado hasta nuestros días pretende que un mercader de la isla de Creta robó una imagen milagrosa de una de las iglesias de la isla. La escondió entre sus cosas y zarpó hacia occidente. Gracias a la divina Providencia se salvó de una terrible tempestad llegando a tierra firme. Después de un año, más o menos, llegó a Roma con la imagen robada.

En Roma cayó gravemente enfermo y fue en busca de un amigo que pudiera ayudarle. Cuando estaba a punto de morir, reveló al amigo su secreto sobre la imagen sagrada y le suplicó que la colocara en una iglesia. El amigo prometió hacerlo atendiendo sus deseos, pero también él murió sin haber cumplido la promesa.

Finalmente, la Bienaventurada Virgen se apareció a la pequeña hija de seis años de una familia romana diciéndole que indicara a su mamá y a su abuela que la imagen de la Virgen María del Perpetuo Socorro debía colocarse en la iglesia de S. Mateo Apóstol, situada entre las basílicas de Sta. María Mayor y S. Juan de Letrán.

La tradición cuenta cómo después de muchas dudas y diversas dificultades, "la madre obedeció y, tras consultar con el clero responsable de dicha iglesia, la imagen de la Virgen fue colocada en S. Mateo el 27 de marzo de 1499". Allí fue venerada durante 300 años. Enseguida comenzó la segunda etapa vinculada a la historia del icono. La devoción a la Virgen del Perpetuo Socorro se extendió por toda Roma.


Durante tres siglos en la iglesia de San Mateo

La iglesia de San Mateo no era grande, pero sí poseía un enorme tesoro que atrajo a los fieles: el icono de Nuestra Madre del Perpetuo Socorro. Del 1739 al 1798, la iglesia y el monasterio adyacente fueron confiados a los Agustinos irlandeses, injustamente desterrados de su país, y que utilizaron el monasterio como centro de formación para su Provincia romana. Los jóvenes estudiantes encontraron allí un remanso de paz en presencia de la Virgen del Perpetuo Socorro mientras se preparaban al sacerdocio, al apostolado y al martirio.

En 1798, Roma fue devastada por la guerra, y el monasterio y la iglesia fueron casi totalmente destruidos. Varios Agustinos permanecieron aún allí por algún tiempo pero, al final, también debieron marcharse. Algunos regresaron a Irlanda, otros se dirigieron hacia nuevas fundaciones en América, mientras que la mayor parte se trasladó a algún monasterio cercano. Fue este último grupo el que llevó consigo la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Comienza así la tercera etapa de su historia, el tiempo de los "Años ocultos".

En 1819, los Agustinos irlandeses se trasladaron a la iglesia de Sta. María en Posterula, cerca del "Ponte Umberto I" que atraviesa el río Tíber. Con ellos, se trasladó también a la "Virgen de San Mateo". Pero al venerarse ya en esta iglesia otra imagen, la de "Nuestra Señora de las Gracias", la nueva imagen fue colocada en una capilla privada del monasterio donde allí quedó casi completamente olvidada de no haber sido por Fray Agustín Orsetti, uno de los frailes que de joven había estado en S. Mateo.


El anciano religioso y el joven monaguillo

Pasaron los años y diríase que la imagen, que se había salvado de la guerra que destruyó la iglesia de S. Mateo, se encontraba ahora sumida en el olvido.

Un joven monaguillo, llamado Michele Marchi, visitaba a menudo la iglesia de Santa María en Posterula y entabló amistad con Fray Agustín. Muchos años después, siendo ya Padre Michele, escribió:

"Aquel buen fraile solía expresarse con un cierto aire de misterio y ansiedad, sobre todo en los años 1850 y 1851cuando me dijo exactamente estas palabras: 'No olvides, hijo mío, que la imagen de la Virgen de S. Mateo está allá arriba en la capilla: no lo olvides nunca, ¿has entendido? Es una imagen milagrosa. En aquel tiempo el fraile estaba casi completamente ciego. "Lo que puedo decir de esta venerable imagen de la "Virgen de S. Mateo", también llamada "Perpetuo Socorro", es que desde mi infancia hasta que entré en la Congregación (de los Redentoristas) la vi siempre colocada sobre el altar de la capilla de la casa de los Padres Agustinos de la Provincia irlandesa de Sta. María en Posterula, ninguna devoción, ninguna decoración, tampoco ninguna lámpara que indicara su presencia. Allí se encontraba cubierta de polvo y prácticamente abandonada. Muchas veces, mientras ayudaba a misa, me quedaba fijo mirándola con mucha atención".

Fray Agustín murió en 1853 a la venerable edad de 86 años sin haber visto cumplido su deseo de que la Virgen del Perpetuo Socorro fuera nuevamente expuesta a la pública veneración. Sus oraciones y su confianza ilimitada en la Virgen María parecían no haber encontrado respuesta alguna.
LOS REDENTORISTAS Y EL ICONO
EL REDESCUBRIMIENTO DEL ICONO

En enero de 1855, los Misioneros Redentoristas compraron "Villa Caserta", en Roma, convirtiéndola en casa generalicia de la congregación misionera que ya se había extendido por toda Europa occidental y por América del Norte. En esta misma propiedad, en Via Merulana, se encontraron las ruinas de la iglesia y del monasterio de S. Mateo. Sin saberlo en aquel momento, compraron el terreno que, muchos años antes, había elegido la Virgen como santuario suyo, entre Santa María Mayor y S. Juan de Letrán.

Cuatro meses después se comenzó la construcción de una iglesia en honor del Smo. Redentor, dedicada a S. Alfonso de Liguori, fundador de la Congregación. El 24 de diciembre de 1855, un grupo de jóvenes comenzaba el noviciado en esta nueva casa. Uno de ellos era Michele Marchi.

Los Redentoristas demostraron tener un enorme interés por la historia de la propiedad adquirida; mucho más cuando, el 7 de febrero de 1863, un famoso predicador jesuita, el Padre Francesco Blosi, hizo referencia en su sermón al tema del icono de María que "estuvo en la iglesia de S. Mateo en Via Merulana y que era conocido como "La Virgen de S. Mateo" o, más exactamente, como la "Virgen del Perpetuo Socorro".

En otra ocasión, el cronista de la comunidad redentorista, "examinando algunos autores que escribieron sobre la antigüedad romana, se encontró con referencias a la iglesia de S. Mateo. Entre éstas, había una cita en que se hablaba de la iglesia (que había estado situada dentro del perímetro del jardín de la comunidad) y en la que había habido un antiguo icono de la Madre de Dios que gozó de gran veneración y fama debido a sus milagros". Luego, "tras contar todas estas cosas a la comunidad, se abrió un debate sobre cómo encontrar la imagen. El Padre Marchi se acordó de todo lo que le había contado Fray Agustín Orsetti y dijo a sus cohermanos que había visto aquel icono con mucha frecuencia y que sabía dónde se hallaba".


LOS REDENTORISTAS RECIBEN EL ICONO

Con este nuevo conjunto de informaciones, el interés de los Redentoristas creció y quisieron saber aún más del icono y de cómo conseguirlo para su iglesia. El Superior General, Padre Nicolás Mauron, escribió una carta al Papa Pío IX pidiéndole a la Santa Sede que le concediera el icono del Perpetuo Socorro a fin de colocarlo en la nueva iglesia del Smo. Redentor y S. Alfonso que se había construido cerca del lugar en que se encontraba la antigua iglesia de S. Mateo. El Papa accedió a esta petición y en el reverso de la misma solicitud escribió de su puño y letra justamente lo siguiente:

"Diciembre, 11, 1865: El Cardenal Prefecto de Propaganda debe llamar al Superior de la comunidad de Santa María en Posterula diciéndole que es Nuestro deseo que la imagen de la Santísima Virgen, de la que se habla en esta petición, sea nuevamente colocada entre San Juan y Santa María Mayor. Los Redentoristas se encargarán de reemplazarla con otra imagen adecuada".

Según la tradición, fue entonces cuando el Papa Pío IX dijo al Superior General de los Redentoristas: "Dadla a conocer al mundo entero". En el mes de enero de 1866, los Padres Michele Marchi y Ernesto Bresciani fueron a Sta. María en Posterula para recibir la imagen de manos de los Agustinos.

Hubo que proceder a la limpieza y restauración del icono. La tarea se le confió al artista polaco Leopold Nowotny. Finalmente, el 26 de abril de 1866, la imagen fue expuesta nuevamente a la pública veneración en la iglesia de S. Alfonso en Via Merulana.

Con este hecho dio comienzo la cuarta etapa de su historia: la difusión del icono por el mundo entero.
LA ÚLTIMA RESTAURACIÓN DEL ICONO

En 1990, la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro fue retirada del altar mayor para hacerle nuevas fotos al icono. Fue entonces cuando se descubrió el serio deterioro en que se encontraba: tanto la madera como la pintura habían sufrido seriamente los cambios medioambientales registrados así como los torpes intentos de restauración. El Gobierno General de los Redentoristas decidió recabar los servicios técnicos del Museo Vaticano para proceder a una restauración general del icono que solucionara el fenómeno de agrietamiento y de hongos que amenazaban con ocasionarle daños aún más graves y de imposible restauración.

La primera parte de la restauración consistió en una serie de sesiones de rayos equis, de imágenes infrarrojas, de análisis cualitativos y cuantitativos del barniz, así como de otras pruebas con rayos infrarrojos y ultravioleta. El resultado de estos análisis y, sobre todo, un examen con carbono 14 indicó que la madera del icono del Perpetuo Socorro podía datarse tranquilamente en los años 1325-1480.

La segunda fase de la restauración consistió en la labor física de retocar las partes dañadas, reforzar la estructura que sustentaba el icono, etc. Esta intervención física se limitó a lo estrictamente necesario como sucede en las operaciones quirúrgicas del cuerpo humano puesto que todo trabajo de restauración provoca siempre algún trauma. El análisis artístico databa la pigmentación del barniz en una fecha más reciente (después del siglo XVII): esto explicaría por qué el icono presenta una síntesis de elementos orientales y occidentales, sobre todo en lo referente a los rostros.
EL MENSAJE DEL ICONO
Este querido icono puede parecer extraño a nuestros ojos occidentales. No presenta a María como una joven delicada de ojos sumisos. Su mirada directa y sus rasgos firmes llaman nuestra atención. Quedamos impresionados por la apariencia poco realista de las figuras. Jesús tiene las dimensiones de un niño pequeño pero sus rasgos son de otro mayor. María y Jesús no forman parte de una escena, sino que están colocados sobre fondo dorado.

Esta imagen fue pintada en el estilo bizantino de la Iglesia Oriental. El objetivo de este estilo no es el de presentar una bella escena o un personaje, sino el de transmitir un rico mensaje espiritual. Puesto que el artista trata de comunicar algo de orden celestial más que una realidad de este mundo, la imagen no es una pintura realista. La pintura bizantina es como una puerta. Ver una bella puerta es agradable pero ¿quién querría quedarse allí durante tiempo sin ver a dónde lleva? Queremos abrirla e ir más allá. Esta puerta puede ser bonita o no, pero solo es una realidad que tiene como objetivo el que se penetre por ella en un mundo nuevo.

Es así como debemos acercarnos a esta pintura. El artista, consciente de que nadie en el mundo podría saber nunca qué aspecto tuvieron realmente María o Jesús y de que tampoco su santidad podría nunca ser pintada en términos puramente humanos, ha reflejado su belleza y su mensaje a través de símbolos.

¿Qué ves cuándo miras la imagen?

Ante todo ves a María porque domina la pintura y porque te mira directamente a los ojos - no mira a Jesús, no tiene la mirada fija en el cielo, tampoco mira a los ángeles que aletean sobre su cabeza. Te mira como para decirte algo muy importante. Sus ojos se muestran serios, incluso tristes, pero roban la atención.

Es una mujer importante, una mujer de autoridad, de cierto nivel. Está colocada sobre un fondo dorado, símbolo del cielo durante la Edad Media. Y va vestida de azul oscuro con franjas verdes y túnica roja. Azul, verde y rojo fueron los colores de la majestad. Solamente a la emperatriz se le concedía vestir con estos colores.

La estrella de ocho puntas sobre su frente probablemente fue añadida por un artista posterior para representar la idea oriental de que María es la estrella que nos conduce a Jesús. Para reforzar el simbolismo, se encuentra en el lado izquierdo, y sobre su tocado, una cruz ornamental de cuatro puntas en forma de estrella.

Las letras sobre su cabeza la proclaman Madre de Dios (en griego).

Mirando la pintura entendemos que tiene el poder de interceder por nosotros en el cielo.

La mirada de María se fija en ti, pero tiene en brazos a Jesús. En los iconos bizantinos, María no es representada nunca sin Jesús porque Jesús ocupa el centro de la fe. También Jesús va vestido con colores reales. Solo el emperador podía vestir túnica verde, con una franja roja y con el brocato dorado que aparece en la pintura. Las iniciales griegas decoradas con una cruz, a la derecha del niño y de su aureola, proclaman que él es "Jesús, el Cristo".

Jesús no nos mira, tampoco mira a María ni a los ángeles. Aunque se aferra a su madre, mira a lo lejos, a algo que no podemos ver - algo que le ha hecho acudir tan de prisa a su madre que una de sus sandalias casi se le ha desprendido, debe tratarse de algo que lo impulsa a apretarse junto a la madre para encontrar allí protección y amor.

¿Qué puede ocasionarle tanto miedo a un niño que, por añadidura, es Hijo de Dios?

Las figuras que aletean a ambos los lados de Jesús y de María - las letras griegas los identifican con los arcángeles Gabriel y Miguel - nos dan la respuesta. En lugar de arpas y trompetas de alabanza, dichos arcángeles van cargados con los instrumentos de la Pasión de Cristo.

A la izquierda, Miguel sujeta un asta con la esponja empapada en hiel, la que los soldados ofrecieron a Jesús sobre la cruz, y lleva también la lanza que traspasó su costado.

A la derecha, Gabriel sujeta la cruz y cuatro clavos.

Jesús ha entrevisto su suerte - el sufrimiento y la muerte que le aguardan. Aunque es Dios, también es humano y, como tal, tiene miedo ante su futuro terrorífico. Y acude a la madre que lo aprieta junto a sí en este momento de pánico, tal como estará cerca de él durante toda su vida y en la hora de su muerte. No puede ahorrarle el sufrimiento, pero puede expresarle su amor y confortarlo.

Pero entonces, ¿por qué nos mira María tan intensamente en lugar de hacerlo con el hijo que la necesita? Su mirada nos hace penetrar en la historia, nos hace protagonistas de la pintura y del dolor. Su mirada nos dice que así como Jesús ha corrido hacia su madre para encontrar en ella amparo, también nosotros podemos acudir a María.

Su mano no rodea, en protector apretón, las manitas de su hijito asustado, sino que permanece abierta, invitándonos a poner también nuestras manos en la suya y a unirnos a Jesús.

María sabe que en la vida hay muchas cosas peligrosas y terroríficas, y que necesitamos a alguien a quien acudir durante el tiempo de sufrimiento y de angustia. Nos ofrece el mismo consuelo y el mismo amor que dio a Jesús. Nos dice que acudamos a ella, rápidamente como lo hizo Jesús, tan veloces que no demos importancia alguna a cómo nos encontramos o a cómo vamos vestidos con tal de que lleguemos.

Y tú, ¿a qué esperas?
ORACIÓN ANTE EL ICONO
¡Santísima Virgen María!,
para inspirarnos confianza sin límites,
has elegido el nombre
de Madre del Perpetuo Socorro.

Te suplico me socorras en todo tiempo y lugar,
en mis tentaciones y caídas,
en mis dificultades, en todas las ocasiones de la vida
y, sobre todo, en el trance de la muerte.

Concédeme, Madre amorosa,
el pensamiento y la costumbre
de recurrir siempre a Ti.
Porque tengo por cierto
que si soy fiel en invocarte,
Tú serás fiel en socorrerme.

Alcánzame la mayor gracia,
la de suplicarte sin cesar
con la confianza de un hijo,
para obtener tu Perpetuo Socorro
y la perseverancia final.

Bendíceme, ¡tierna y bondadosa Madre!
y ruega por mí ahora
y en la hora final de mi vida. Amén.
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