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Iniciamos el camino cuaresmal hacia la Pascua
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Para muchos cristianos empieza hoy prácticamente
la Cuaresma, mientras que otros han vivido ya los días de
introducción desde el miércoles de ceniza, con el gesto
simbólico de la ceniza y los ricos programas de vida
cuaresmal-pascual que nos proponen las misas de estas ferias.
Estos últimos celebran la Eucaristía de hoy resonándoles todavía
el eco de lo que les dijo el que les impuso la ceniza:
"acuérdate de que eres polvo y en polvo te convertirás", o bien,
"conviértete y cree en el Evangelio".
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Ayudados por los recursos pedagógicos de la
Cuaresma —ambientación más austera, cantos propios de este
tiempo, silencio del Aleluya y del Gloria— y sobre todo por los
textos de oración y las lecturas bíblicas, queremos emprender,
en compañía de Jesús, su "subida a la cruz", para pasar
juntamente con él, este año con mayor decisión que en los
anteriores, a la vida nueva de la Pascua. Es lo que el
Ceremonial de los Obispos llama "el tiempo de preparación por
el que se asciende al monte santo de la Pascua" (CE 249).
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Pascua es un acontecimiento nuevo cada año: no
nos disponemos a celebrar el "aniversario de la muerte y
resurrección de Cristo en una primavera como esta". Él, que
ahora está en su existencia de Resucitado, quiere comunicarnos
en la Pascua de este año su gracia, su vida nueva, su energía.
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Las lecturas de hoy nos hablan de la Alianza que
Dios sella con la familia de Noé, después del diluvio; también
del Bautismo —figurado por ese mismo diluvio—, que es el
sacramento que nos introduce en la Nueva Alianza de Cristo; y
—lo más característico de este domingo primero de Cuaresma cada
año— de las tentaciones que Jesús vence en el desierto, antes de
emprender su misión mesiánica.
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Génesis 9, 8-15:
El pacto de Dios con Noé salvado del diluvio
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De las etapas de la Historia de Salvación que van
presentando las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma —y
de las que hablamos en la introducción a este tiempo— hoy
escuchamos el pacto que Dios hizo con Noé, después del diluvio.
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El autor del libro sagrado interpreta el que se
ve que fue gran cataclismo del diluvio corno un castigo por la
perversión de la humanidad, y el arco iris como un signo puesto
por Dios para mostrar su perdón y la paz. No es un elemento de
magia: el arco iris, interpretado aquí con un lenguaje poético,
popular y religioso, les recordará que Dios ha querido que
después de la tormenta vuelva la calma y la paz. En la Biblia,
"arco iris" y "arco de guerra" son sinónimos: seria, por tanto,
sinónimo de paz.
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El salmo,
consecuentemente, canta la bondad de Dios: "tus sendas, Señor,
son misericordia y lealtad, para los que guardan tu alianza", y
le pide que siga conduciéndonos en la vida: "enséñame tus
caminos... el Señor es bueno y es recto y enseña el camino a los
humildes".
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1 Pedro 3, 18-22:
Actualmente los salva el Bautismo
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Esta carta, atribuida a Pedro, es interpretada
por los estudiosos como una "homilía bautismal". Por eso no nos
extraña que su autor, en medio de un solemne himno de profesión
de fe en la Pascua del Señor, conecte el Bautismo, por el que
nos incorporamos a la Pascua de Cristo, con el diluvio del que
habla la primera lectura y la bajada de Cristo al lugar de la
muerte para anunciarles la salvación.
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"En el arca (de Noé) unos pocos, ocho personas,
se salvaron cruzando las aguas: aquello fue un símbolo del
Bautismo que actualmente os salva". O sea, es el mismo NT el que
interpreta el diluvio como figura y "anti-tipo" (es la palabra
que emplea en griego) del sacramento bautismal. Entonces las
aguas del diluvio purificaron a la humanidad y a la vez dieron
origen, por la Alianza de Dios, a una nueva generación. Ahora,
el Bautismo nos introduce a todos, por el baño de inmersión en
agua, a la esfera de la vida de Cristo. No se trata de una
pureza corporal, sino de una conciencia interior pura.
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Marcos 1, 12-15.
Se dejaba tentar por Satanás, y los
ángeles le servían
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Marcos, en este breve pasaje, no nos cuenta las
tentaciones una por una, como hacen los otros dos sinópticos.
Sólo dice que Jesús fue "empujado" por el Espíritu al desierto y
allí "se dejó tentar por Satanás". A continuación, después de
vencer esas tentaciones, "le servían los ángeles".
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Marcos nos dice, también brevemente, que en
seguida empezó la misión de Jesús, proclamando en Galilea: "está
cerca el reino de Dios, convertíos y creed en el Evangelio".
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-II‑
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Reiteraste tu Alianza con los hombres
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Como decíamos en la introducción a este tiempo de
Cuaresma, en los domingos del ciclo B se nos recordará cómo
Dios ha querido renovar repetidas veces su Alianza con la
humanidad. Hoy, con Noé y su familia: "yo hago un pacto con
vosotros". Es una Alianza universalista, estable (Dios promete
no volverse atrás) e incluso cósmica.
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Esta Alianza se puede considerar una renovación
de la primitiva que ya había hecho Dios con Adán. Es como una
re-fundación de la humanidad, después de la catástrofe
purificadora del diluvio. Más tarde volverá a sellar su Alianza
con Abrahán y con Moisés. Hasta llegar a la definitiva y nueva
Alianza de Cristo. Dios empieza con ilusión una nueva etapa de
la humanidad. La creación entera parece resurgir de las aguas
del diluvio y Dios pronuncia su bendición sobre Noé y su familia
casi con las mismas palabras que sobre Adán y Eva, al principio
de la historia (cf. Gn 1,28-30).
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En verdad, como nos ha invitado a cantar el
salmo, "el Señor es bueno y recto", es nuestro "Dios y
Salvador", "su ternura y misericordia son eternas" y "sus sendas
son misericordia y lealtad para los que guardan su alianza".
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En la Plegaria Eucarística IV le decimos
agradecidos a Dios: "cuando el hombre, por desobediencia, perdió
tu amistad, tú no lo abandonaste al poder de la muerte, sino
que, compadecido, tendiste la mano a todos, para que te
encuentre el que te busca, y reiteraste tu Alianza a los
hombres..."
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Nosotros participamos de esa Alianza ya desde
nuestro Bautismo, y la renovamos en cada Eucaristía, donde
celebramos el memorial de la Pascua de Cristo participando de la
"Sangre de la Alianza nueva y eterna". También cada año, en la
Vigilia Pascual, "renovando nuestras promesas bautismales",
respondemos con un convencido "sí" a la pregunta de si
renunciamos al mal y si creemos en Cristo Jesús.
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Se trata de que también nosotros seamos fieles a
esa Alianza, como Dios lo es de su parte. Cuaresma es el mejor
tiempo para repensar esta vuelta a las raíces fundamentales de
nuestra vida cristiana.
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Cristo, en la cruz, el verdadero arco iris
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Ya desde el primer domingo miramos hacia la
Pascua: en este sacrificio de la Eucaristía "inauguramos la
celebración de la Pascua" (oración sobre las ofrendas).
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A los contemporáneos de Noé Dios les indicó —o
ellos así lo interpretaron— un signo muy sencillo y fácil de
aplicar: cuando vieran el arco iris, que sale después de una
tormenta, les invitó a que recordaran su bondad y su fidelidad.
A nosotros, que sabemos bien cuál es el origen científico del
arco iris, no nos iría mal que sacáramos una lección de este
fenómeno natural: acordarnos de que Dios tiene paciencia, que
sabe perdonar y que después de la tormenta quiere que haya paz.
Que nos perdona nuestros fallos y que quiere que también
nosotros seamos más tolerantes con los demás, y sepamos
perdonar y hacer salir el signo de la paz después de momentos
más o menos tormentosos en nuestra vida.
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A nosotros es Cristo Jesús, desde la cruz, quien
mejor nos recuerda este amor de Dios. Él "murió por los pecados
una vez para siempre, el inocente por los culpables, para
conducirnos a Dios" (lectura de Pedro). La Alianza, ahora, es la
Nueva Alianza en la sangre de Cristo. Ha habido algo más que un
diluvio o una época de esclavitud: Cristo, nuestro Salvador, se
ha entregado hasta la muerte, por solidaridad, y ha restablecido
de una vez por todas la Alianza entre Dios y la humanidad. Es lo
que vamos a celebrar en todo este tiempo de Cuaresma y Pascua.
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La carta de Pedro interpreta la Pascua de Cristo
y nuestro Bautismo como cumplimiento de lo que había anunciado
el diluvio. Lo que decía el diluvio proféticamente (situación de
deterioro, juicio condenatorio, salvación por el agua
purificadora, nacimiento de una nueva humanidad), se ha
realizado eminentemente en Cristo, que asume el pecado, aunque
es inocente, que es llevado a la muerte, pero luego resucita y
es constituido Cabeza de la nueva humanidad.
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Ese mismo proceso lo experimentamos nosotros
sacramentalmente el día de nuestro Bautismo: a nuestra situación
de pecado responde la gracia que nos ha conquistado Jesús en su
Pascua y somos integrados en su nueva comunidad.
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Lucha en el desierto para vencer las tentaciones
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La Cuaresma nos invita a renovar nuestro
compromiso con Dios. Alianza es fidelidad y compromiso por las
dos partes. De la fidelidad de Dios no podemos dudar. Él es
siempre fiel. Pero nosotros estamos continuamente tentados de
infidelidad. Por desgracia, tenemos experiencia de ello.
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Por eso se nos pone delante, en este primer
domingo de Cuaresma, la figura de un Cristo que en el desierto
es "tentado por Satanás" y sale victorioso. Es el mejor ejemplo
que se nos puede proponer para estimularnos a ser también
nosotros fuertes ante la tentación. Como el pueblo de Israel
pasó cuarenta años en el desierto, con abundancias tentaciones
(y caídas), Jesús quiso pasar cuarenta días en el desierto antes
de dar comienzo a su predicación. Nosotros somos invitados a
vivir cuarenta días de purificación y preparación a la Pascua.
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Casi es mejor que Marcos no nos narre las
tentaciones concretas. Así queda abierto el sentido de que fue
en toda su vida cuando Jesús las experimentó, por ejemplo, con
la invitación al poder o al prestigio o al aplauso fácil.
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Todos tenemos experiencia de que vivir en
cristiano es dificil y supone lucha ante las tentaciones de este
mundo. A pesar de que hoy se va perdiendo la "conciencia de
pecado", sin embargo, si somos sinceros con nosotros mismos,
cada uno sabe que van también para él las palabras de Cristo:
"convertíos". El mal contra el que tenemos que luchar no sólo
existe en esa sociedad que estamos tentados de comparar con la
humanidad que mereció el castigo del diluvio, sino dentro de
cada uno de nosotros. Todos somos débiles y somos tentados por
tendencias que no son precisamente evangélicas. Tal vez también
de nosotros, como dice Marcos de Jesús en el desierto, se pueda
afirmar que estamos "rodeados de alimañas", que acechan contra
nuestra fidelidad. Cada uno sabrá en qué dirección.
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La Cuaresma es un buen tiempo —por ejemplo, con
el sacramento de la Reconciliación— para reencontrarse con Dios
y consigo mismo, para renovar las opciones básicas de nuestra
vida cristiana. Van a ser tres meses (cuarenta días de Cuaresma
y cincuenta de Pascua) de auténtica "primavera espiritual" en la
que Dios nos quiere purificar, renovar su Alianza con nosotros y
comunicarnos la vida nueva, la energía y la libertad interior
del Resucitado.
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La convocatoria de Cuaresma es un pregón positivo
y a la vez comprometedor. Es camino de Pascua, hacia la
renovación total, como Noé y sobre todo como Cristo. Camino de
lucha y de opción, de reiniciación de vida nueva: "se ha
cumplido el plazo, convertíos y creed en el Evangelio". Es más
convocatoria a Pascua que a Cuaresma.
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En la Eucaristía celebramos esa Pascua de Cristo,
su paso a la nueva existencia, y, participando en "el Cuerpo
entregado" y en la "Sangre de la Nueva Alianza", recibimos la
fuerza para que también para nosotros la Pascua de este año sea
una gracia renovada de Alianza y de victoria contra el mal.
(ALDAZÁBAL, José. Enséñame tus caminos 9. Los domingos
del ciclo b. Dossiers CPL, 108. Centre de Pastoral Litúrgica. Barcelona)
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