Cuaresma, camino hacia la Pascua

 

Así como el antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para poder ingresar a la Tierra Prometida; la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, se prepara durante la Cuaresma para vivir y celebrar la Muerte y Resurrección del Señor.

La Cuaresma es un tiempo de gracia que el Señor nos concede para reafirmar nuestra identidad de discípulos y misioneros de Cristo, renovando la gracia del bautismo que un día recibimos.

Sabemos que hemos sido reconciliados por la Muerte y Resurrección del Señor Jesús, para ser Hijos amados del Padre y Templos vivos del Espíritu Santo. Pero sabemos también que somos pecadores, que hay en nosotros una inclinación al mal llamada concupiscencia, que permanece en nosotros luego del bautismo en vistas al combate espiritual.

El Catecismo nos dice: "sin reconocerse pecador, el hombre no puede conocer la verdad sobre sí mismo, condición del obrar justo, y sin el ofrecimiento del perdón no podría soportar esta verdad" (CEC n. 1697). La Cuaresma es un tiempo favorable para reconocer nuestra fragilidad y para acogernos a la misericordia de Dios, renovando nuestro esfuerzo por convertirnos y comenzar una vida nueva.
 


ORIGEN DEL NÚMERO 40

EN LA BIBLIA
 

 

La Iglesia celebra todos los años la Cuaresma como camino de preparación para la Pascua. La palabra Cuaresma surge de los cuarenta días que dura este tiempo penitencial. En las Sagradas Escrituras, el número cuarenta simboliza un tiempo de preparación y purificación. En el Antiguo Testamento se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto. En el Evangelio se narran los cuarenta días y cuarenta noches de ayuno, oración y lucha contra las tentaciones que vivió Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública. También Jesús Resucitado se apareció a sus discípulos durante cuarenta días antes de ascender a los cielos.

La liturgia romana tiene 6 semanas de Cuaresma (hasta el Sábado Santo). Como los domingos no se ayuna (por ser día de resurrección y fiesta), el número cuarenta se obtiene multiplicando las 6 semanas por los restantes 6 días de la semana (6x6=36). Para llegar al número 40, se agregan cuatro días "de ceniza", de miércoles a sábado (36+4=40).

En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades.

 

 

HISTORIA DE LA CUARESMA
 

 

Ya desde el siglo I se celebraba la Pascua Anual en las iglesias de Roma, Corinto, Asia Menor y Jerusalén. Esta celebración gozosa es precedida por la celebración de la Pasión y Muerte del Señor los días previos, como días de ayuno y penitencia.
 

La historia de la Cuaresma se remonta al siglo IV en Roma. La primera referencia a una preparación de 40 días para la Pascua es de Eusebio de Cesárea en el año 332.

La Cuaresma romana —que influye progresivamente en toda la Iglesia Occidental- se configura a partir de dos instituciones importantes: El orden de los catecúmenos y el orden de los penitentes, que ha marcado esta doble dimensión bautismal y penitencial de la espiritualidad de la Cuaresma.

La Cuaresma era la última etapa del catecumenado de adultos que recibían el sacramento del bautismo en la Vigilia Pascual. En los Domingos DI, IV y V de Cuaresma se realizaban los escrutinios y exorcismos. Estos ritos están -de algún modo- presentes hoy en el Ritual de Iniciación Cristiana de Adultos.

Los pecadores públicos confesaban privadamente sus pecados ante el Obispo el Miércoles de Ceniza, quien los ungía con ceniza y les imponía una penitencia de cuarenta días. El rito de la reconciliación era el Jueves Santo en que eran admitidos a la mesa Eucarística.


 

 

ESPIRITUALIDAD DE LA CUARESMA
 


En la celebración del Miércoles de Ceniza el ministro nos unge y nos exhorta a convertirnos y a creer en el Evangelio, y la Palabra de Dios (Mt 6,1-6.16-18) nos indica los medios a través de los cuales podemos entrar en el clima de la auténtica renovación interior y comunitaria: la oración, la penitencia y el ayuno, así como la ayuda generosa a los hermanos.

 



La Cuaresma es un tiempo fuerte en que la Iglesia nos invita a «redescubrir nuestro Bautismo» y «experimentar la gracia que nos salva», que nos hace ser verdaderos hijos de Dios, partícipes de la herencia prometida por el Padre. Vivir según esa dignidad implica una renuncia radical al Maligno y al pecado. Implica una opción por despojarnos cotidianamente de nuestra vieja condición, para revestirnos de la gracia que nos da Cristo, el «hombre nuevo»(Rom 8,1-4).

Conversión significa, pues, un cambio de rumbo integral, de toda nuestra vida, hacia la vida plena y reconciliada a la que nos ha llamado el Señor. Significa optar por El sin miedos ni cobardías. Implica un cambio de mente, de criterios y actitudes (Rom 12,2) que tiene como primer paso la humildad de reconocernos como pecadores necesitados constantemente de la gracia y del perdón de Dios.

La Cuaresma es el tiempo de una particular solicitud de Dios que confía a la Iglesia el servicio de la reconciliación, buscando a las ovejas perdidas y recibiendo con gozo a aquellos hijos pródigos que se han alejado de la casa paterna.

La Cuaresma es uno de los cuatro tiempos fuertes del año litúrgico y ello debe verse reflejado con intensidad en cada uno de los detalles de su celebración. Cuanto más se acentúen sus particularidades, más fructuosamente podremos vivir toda su riqueza espiritual.

 

 

 

ORACIÓN, AYUNO Y LIMOSNA



La Cuaresma debe renovar en nosotros la conciencia de nuestra unión con Jesucristo y nos muestra el camino para realizarla: el ayuno, la oración, la limosna; que expresan la conversión con relación a Dios, a uno mismo y a los demás.

5.1. La Oración

Es el medio que nos acerca más a Dios, a permanecer en unión con Él, lo que nos lleva a una maduración espiritual. Aprendemos a orar orando. Cuando oramos somos discípulos de Cristo. Podemos orar con palabras y mentalmente.


En la oración, el creyente ingresa en el diálogo íntimo con su Señor, deja que la gracia divina penetre su corazón y, a semejanza de Santa María, se abre a la acción de Espíritu cooperando a ella con su respuesta libre y generosa (Lc 1, 38).

Medios importantes para acrecentar la vida de oración en el tiempo de la Cuaresma son: el recurso frecuente en el Sacramento de la Reconciliación, la participación asidua en la Eucaristía, la meditación diaria de la Palabra de Dios, el rezo del Via Crucis y del Santo Rosario.

Preguntas para la reflexión personal:


- ¿Cómo está mi vida de oración?
- ¿Qué puedo hacer en esta Cuaresma para crecer en mi relación con Dios?

 


 


5.2. El Ayuno y la Abstinencia

Son medios concretos para ejercitar el dominio sobre nosotros mismos. Ayunar significa abstenerse, renunciar a algo. La Iglesia nos pide que practiquemos la abstinencia de carne especialmente los Viernes de Cuaresma que son días penitenciales. El día Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo son días de ayuno obligatorio.

El ayuno y la abstinencia expresan nuestra solidaridad con Cristo -quien se retira al desierto a ayunar y carga sobre sí los pecados de la humanidad- y con todos los miembros sufrientes de su Cuerpo que padecen pobreza e injusticia. No se trata solo de abstenerse de comida o bebida, sino de otros muchos medios de consumo, de estímulos, de sa-tisfacción de los sentidos. Se trata de ayunar al pecado, al egoísmo, a la violencia y a la sensualidad. Se trata de vivir la mortificación en las circunstancias cotidianas de nuestra vida, ofreciendo a Dios con paciencia aquellas cosas que nos son molestas y aceptando con humildad, gozo y alegría, los distintos contratiempos que se nos presentan a diario. De la misma manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas, nos ayuda a vivir el desapego y desprendimiento.

El ayuno debe ir junto con la oración porque ello nos dirige directamente hacia Dios. El ayuno, esto es, la mortificación de los sentidos, el dominio del cuerpo, confieren a la oración una eficacia mayor, que el hombre descubre en sí mismo.

Preguntas para la reflexión personal:

- ¿Comprendo el sentido y los beneficios del ayuno y la abstinencia?
- ¿Qué sacrificio concreto le puedo ofrecer al Señor en esta Cuaresma?
- ¿Descubro el rostro de Cristo sufriente en los pobres?
- ¿Qué puedo hacer para vivir mejor la solidaridad y el servicio en esta Cuaresma?

 


5.3. La Limosna

La palabra limosna viene de un vocablo griego que quiere decir compasión y misericordia. Limosna significa, ante todo, don interior; actitud de apertura hacia el otro. Factor indispensable de la conversión, así como lo son la oración y el ayuno: la oración como apertura a Dios; el ayuno, como expresión del dominio de sí; y la limosna como apertura hacia los demás.

Pero el sentido de esa recomendación no se reduce a dar alguna ayuda material al más necesitado, sino que se refiere a algo mucho más amplio: significa en primer lugar vivir la caridad con las personas que están más cerca (nuestros familiares, compañeros de trabajo, etc.). Significa también desprenderse de uno mismo, de lo que tenemos y de nuestros propios intereses, para entregarnos a los demás. Implica desarrollar nuestra «capacidad de compartir», pues en el servicio al hermano el amor se hace concreto. Significa ser sensibles a las necesidades de los más pobres, descubriendo en ellos el rostro sufriente de Cristo, y compartiendo con ellos el fruto de nuestros ayunos y abstinencias.

El ayuno, en efecto, es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Que nadie trate de dividirlos, pues no pueden separarse. Quien posee uno solo de los tres, si al mismo tiempo no posee los otros, no posee ninguno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica.
De los sermones de San Pedro Crisólogo, (Sermón 43: PL 52, 320. 322).

 

 

(Fuente: RIVVA, Juan Carlos. Cuaresma, camino hacia la Pascua. Arzobispado de Lima)