1.- HISTORIA DE LA NAVIDAD
1.1.- Origen de la Navidad

Recordemos que la primera fiesta de la Iglesia fue la Pascua o glorio­sa resurrección del Señor. Esta fiesta la celebraban, anualmente, las prime­ras comunidades cristianas con mucha algarabía y se alimentaban, semanalmente, con la celebración de la Misa, el domingo, día de la Resurrección del Señor.

La segunda fiesta de la Iglesia fue la Navidad o encarnación del Se­ñor; que empezó a celebrarse en la segunda mitad del siglo IV.

El motivo de la institución de la fiesta de
la Navidad fue para contrarrestar las fiestas paganas del solsticio de invierno, que se celebraba en Roma el 25 de diciembre en Egipto el 6 de enero.

La fiesta del solsticio de invierno era una fiesta pagana de arraigo cultural muy antiguo que festejaba la salida del sol en pleno invierno; celebrado en el calendario juliano como Natalis Salís Invicti, que significaba el nuevo nacimiento del sol. En esta fiesta se bebía el vino y la cerveza fermentadas en abundante cantidad hasta embriagarse de manera descontrolada. Con este acontecimiento se celebraba el renacimiento del año, así como la vida - muerte - renacimiento de sus deidades.

Es así que La Iglesia, para combatir la fiesta pa­gana del Natalis Salís Invicti, instituye la fiesta del Natalis Christi, nacimiento del Sol que nace de lo alto y cuyas luces alumbran a todas las naciones (Cf. Lc 2,32).


1.2.- La Navidad dentro de la Iglesia

Este proceso de inculturación de la Iglesia de hacer que la fiesta pagana del nacimiento del sol se convierta en la fiesta religiosa del nacimiento de Je­sucristo único salvador del mundo "para que quien cree en él no se pier­da, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16) fue, en el principio, una labor evangelizadora muy difícil pero no im­posible porque después de un tiempo breve se llegó a celebrar por una­nimidad en las iglesias de Roma y el cristianismo extendido en el mundo entero.

A medida que la Iglesia iba sobreponiéndose con la buena noticia del nacimiento del Emmanuel y la consiguiente manifestación del Dios encarnado al mundo entero (Cf. Jn 1,14), la fiesta que se celebra el mis­mo 25 de diciembre adquiría dimensiones eminentemente cristianas que tuvo su coronación en el Concilio de Nicea que, frente a la herejía arriana que negaba la naturaleza divina de Jesús, proclamaba el dogma de "la consubstancialidad del Hijo con el Padre" 3. En la Iglesia de Orien­te, la fiesta de la Navidad se celebraba el 6 de enero con el nombre de Epifanía o manifestación de Dios a la humanidad. Es que, en Egipto y Arabia, en el solsticio de invierno, también tributaban un homenaje al sol victorioso el 6 de enero, basados en mitologías ancestrales.


1.3.- La difusión de la Navidad

En Egipto y Arabia, por los años 120 y 140, la secta cristiana de los gnósticos contrarresta­ron la fiesta pagana del sol victorioso. De ello nos da testimonio Clemente de Alejandría al de­cir que "los discípulos de Basílides celebran tam­bién el día del Bautismo de Jesús y pasan en lec­tura toda la noche precedente".5 Sin embargo, la Iglesia de Oriente tuvo que esperar hasta el siglo
IV para introducir en su calendario la fiesta de la Epifanía del Señor. Con esto, afirmamos que la Navidad empezó a celebrarse en Oriente; aunque tardíamente fue oficializada por la Iglesia de Occidente.

En occidente, la fiesta de la Navi­dad o nacimiento del Señor aparece escrito, por primera vez, en el Cronó­grafo del año 354; pero, la celebración de la Navidad, específicamente en Ro­ma, se remonta a los alrededores del año 330. El Cronógrafo era un alma­naque de lujo "caligrafiado e ilustrado por el artista griego Furio Dionisio Filócalo, que lo compuso para uso de un rico cristiano llamado Valentín"; que en su contenido de la Depositio martyrum el calendario cita el 25 de diciembre como el día del "Natus Chritus in Bethleem Judeae (25 -XII)". Tal es así que en la Iglesia católica, específicamente en la zona occidental, la Navidad adquiere las dimen­siones festivas.

La universalidad de la fiesta navideña se confirma con el testimonio de Optato Milevitano, que en el año 360 ya se celebraba la Navidad en África9

Litúrgicamente, la Iglesia Católica, en la zona oriental y occidental, asume esta fiesta contemporáneamente en el siglo IV; con la diferencia de celebrarse como Epifanía en Oriente y Navidad en Occidente.

Con el transcurrir de los siglos, el 25 de diciembre se hizo coincidir, por razones simbólico-astronómicas, con la festividad de la Anunciación que se celebra actualmente el 25 de marzo; los nueve meses que mar­can todo el proceso de formación de la criatura en el vientre de la madre, antes del alumbramiento.


1.4.- La Navidad era un aniversario

En el siglo IV, el único misterio de Jesucristo que se celebraba en la Iglesia era la Pascua; mientras que la Navidad consistía solamente en la celebración de un aniversario histórico del nacimiento de Cristo que se debía recordar cada 25 de diciembre.

Cincuenta años más tarde, san León Mag­no, en sus sermones, introducirá teológica­mente la Navidad como un auténtico y verda­dero Misterio de salvación; ya que la "Navidad nos prepara también a comprender mejor la Pascua, al mostrar en el Redentor al propio Hi­jo de Dios hecho hombre. Además, Navidad nos ayuda a vivir el Misterio Pascual, pues el nacimiento humano del Hijo de Dios viene, por decirlo así, a poner en nuestro alcance el mo delo trascendente de nuestra filiación sobre­natural".

En el siglo V, con la Solemnidad que había adquirido este Misterio de salvación, la Navidad se extendió por ocho días; es así que a partir de este momento la Iglesia empezó a celebrar la "octava de Navidad". En Roma, por contener características especiales, a la octava de Navidad se unían las celebraciones de varias fiestas de santos como la de San Este­ban el día 26 de diciembre, San Juan Evangelista el día 27 de diciembre y los Santos Inocentes el 28 de diciembre; fiestas que se introdujeron dentro de la Navidad para darle aún mayor celebridad.

Este Misterio de salvación que anunciaba el nacimiento del niño Dios (Cf. Lc 2,11-12) se celebraba en la Basílica de san Pedro con la única Misa de la mañana del 25 de di­ciembre; luego, continuó su pía efervescencia con la celebración de la Misa de medianoche en la Basílica de Santa María la Mayor de Roma; así, también, la celebra­ción de la Misa de Aurora. Estas celebraciones Eucarísticas se uni­versaliza solamente en el siglo XVI.

Es así que la limitada celebración del aniversario del nacimiento de Jesús, que contrarrestaba una fiesta pagana del "natalis solis invicti" y se recordaba en el calendario, pasó a ser elevado en la categoría de celebra­ción del Misterio de salvación. Por lo tanto, la festividad de la Navidad adquiría en la Iglesia mayor protagonismo celebrativo y, sobre todo, par­te esencial de nuestra profesión de fe que, a través de los siglos, fue con­solidándose. Así expresa el Catecismo de la Iglesia Católica

"El año litúrgico es el desarrollo de los diversos aspectos del único misterio pascual. Esto vale muy particularmente para el ciclo de las fiestas en torno al Misterio de la Encarnación (Anunciación, Navidad, Epifanía) que conmemoran el comien­zo de nuestra salvación y nos comunican las primicias del mis­terio de Pascua” (Catecismo de la Iglesia Católica, N° 117).


1.5.- Los Padres de la Iglesia

Los Padres de la Iglesia, a partir del siglo IV en adelante, se caracteri­zaron por enriquecer el simbolismo del nacimiento de Cristo como el "Sol de justicia" (Mal 4,2), la "luz del mun­do" (Jn 8,12), el que "iluminará lo que escoden las tinieblas y se manifesta­rá a todos los pueblos" (1 Cor 4,5), el que "iluminará los ojos de sus sier­vos" (Cf. Is 40,10), etc. Este simbolis­mo de Cristo será expresado en con­traposición a la fiesta pagana del nacimiento del sol.

En tiempo de los Padres de la Iglesia la palabra latina "Natale" ya significaba el Misterio del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo. Este uso común ya se había homogenizado en el calendario de la Iglesia; pero, también, era reconocido en el calendario civil.

Debemos tener en cuenta que los Padres de la Iglesia que en el prin­cipio defendieron apologéticamente la fiesta de la Navidad, pasaron a la elaboración catequética de la Navidad, llegando a enriquecer el sentido y el significado de vivir mejor la Navidad y transmitir a las generaciones futuras.

En el período de formación catequética, los Padres de la Iglesia, aportaron enormemente sus reflexiones basadas en la Palabra de Dios y enriquecidas por las simbologías que tuvieron su auge en esta época patrística. Entre ellos se destacan San Juan Crisóstomo, san Gregorio Nacianceno, san Agustín y otros más.

San León Magno, Papa y Doctor de la Iglesia, elaboró la reflexión del nacimiento del salvador como un acontecimiento de alegría porque vie­ne personalmente a liberar a los hombres que habían sido aprisionados por el pecado:

"Nadie tiene por qué sentirse alejado de la participación de semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo: por­que nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para libe­rarnos a todos" 14.


1.6.- En la Iglesia de Oriente y Occidente

La Epifanía, en la Iglesia de Oriente, con la celebración del naci­miento del niño Jesús, también cele­braba el "día del verdadero naci­miento de un bautizado, al de su muerte terrestre y de su entrada en la tierra prometida"".

La Navidad, en la Iglesia de Oc­cidente, centraba la celebración en el nacimiento del niño Jesús en Be­lén; como testimonia el Apóstol san Pablo al decirnos que "la generosidad del Dios Salvador acaba de mani­festarse a todos los hombres" (Tit 2,11), manifestación que pone en re­lación con "la bondad de Dios, nuestro Salvador, y su amor a los hom­bres" (Tit 3,4).

2.- EL TIEMPO DE NAVIDAD

Las Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario dice que: "Des­pués de la celebración anual del Misterio Pascual, la Iglesia tiene como más venerable el hacer memoria de la Nativi­dad del Señor y de sus prime­ras manifestaciones; esto es
lo que hace en el tiempo de Navidad".

El Tiempo de Navidad inaugura el Año Litúrgico con el inicio de la vida terrena de nuestro Señor Jesucristo que se celebra el 25 de diciem­bre. Este Tiempo de Navidad tiene su camino de preparación denomina­do Tiempo de Adviento que, durante cuatro semanas, pone en expecta­ción la vida del cristiano en relación a Dios que nace para devolvernos la esperanza. En la tradición de los primeros siglos de la Iglesia el año litúr­gico empezaba el 1 de marzo con las celebraciones de la Pascua de Resu­rrección de nuestro Señor Jesucristo; fue en el siglo VII que se trasladó el inicio al 25 de diciembre.

La parte central de la Navidad se encuentra en la interiorización y exteriorización del misterio del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo que ha venido para salvar la humanidad. Si en la Pascua se celebra la gloriosa resurrección de Jesucristo para subir a la derecha de Dios Padre en el cielo (misterio pascual ascendente), en la Navidad se celebra el glorioso nacimiento de nuestro Señor Jesucristo que se digna bajar a la
tierra para vivir entre los hombres (misterio pascual descendente).

En el tiempo de Navidad, el cristiano está llamado a revivir su en­cuentro personal con Dios que, desde la ternura de un niño y la austeri­dad de un pesebre, alimenta la fe en el Dios vivo, la esperanza de salva­ción y el amor de Dios por la humanidad. De allí, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe comparte su alegría di­ciendo que:

"Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo" (Documento de Aparecida, N° 32).

El Tiempo de Navidad es el segundo pilar que sostiene el Año Litúr­gico de la Iglesia19. En este tiempo, el cristiano debe sentirse más hijo de Dios y más cercano a aquel que quiso hacerse partícipe de nuestra natu­raleza humana. Es un tiempo que invita a fomentar y vivir "la caridad y la paz que Dios Padre nos muestra en el nacimiento y la manifestación de su Hijo"
Esta experiencia de vida se dará en la medida de nuestra cercanía al pesebre donde se encuentra el Dios que ha asumido nuestra humanidad y la humanidad que ha sido divinizada. San Pablo escribirá con más claridad este acontecimiento y dirá la implicancia que tiene la encarnación en la vida cristiana:

"Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cris­to Jesús: Él compartía la naturaleza divina, igual a Dios por propio derecho, sin embargo, se redujo a nada, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Y en­contrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo ha­ciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz" (Fil 2,5-8)

Antes de desarrollar los aspectos importantes de la Navidad nos de­tendremos brevemente en la descripción del significado etimológico de la palabra Navidad.

Etimológicamente Navidad provenía del latín "nativitas" que signifi­caba nacimiento. Esta palabra, en la antigüedad romana, era utilizada en el anuncio gozoso del nacimiento de un nuevo miembro de la familia que
se expresaba por medio de un pregón solemne el nacimiento de un nue­vo ciudadano y la consiguiente presentación a la población. Este signifi­cado etimológico, con la creciente promoción de la celebración del naci­miento de nuestro Señor Jesucristo, especialmente en el siglo IV, fue adoptado por la Iglesia para referirse exclusivamente al nacimiento del niño Jesús en Belén. Desde entonces, la Iglesia celebraba, con la mente y el corazón, la fiesta de la Navidad como el gran Misterio que nunca se acaba, sino que se va renovando el 25 de diciembre de cada año.

Vayamos ahora a destacar algunos aspectos importantes que se de­ben tener en cuenta para celebrar mejor el verdadero sentido de la Na­vidad.


2.1.- La promesa cumplida

Desde que nuestros primeros padres, Adán y Eva, cometieron el primer pecado (Cf. Gn 3,1-13), Dios prometió a través de la historia del pueblo de Israel la venida de un salvador que tenía que liberar al hombre de la esclavitud del pecado. Es así que la promesa de Dios se convierte, de generación en ge­neración, en una esperanza que no defrauda, sino que nos da plena seguridad (Cf. Hb 7,9-18) en la ma­nifestación del resplandor de su gloria y la impronta de su ser (Hb 1,3) por medio de la encarnación en un pueblito llamado Belén (Lc 2,6).

"Porque todo lo que puede celebrar el pueblo cristiano tiene su principio en esta solemnidad y está contenido en el misterio de esta liturgia... Esto es lo que significaron los patriarcas, en sus acciones en sus palabras. Esto es lo que afirmaba figurativa­mente la observancia de la ley, lo que anunciaban los oráculos de todos los profetas. En esto se ven cumplidos los viejos ritos, y su celebración presente nos asegura las gracias del cielo. En esto, finalmente, el cumplimiento manifiesto de lo que había sido predicho garantiza a nuestra fe que es razonable y pru­dente, y nos promete lo que todavía ha de venir..." (Sacramentario leoniano  N° 1241).

Precioso cántico que alaba la promesa hecha por Dios Padre desde la antigüedad, que exalta la alegría del nacimiento de nuestro Señor Je­sucristo y prolonga la promesa que todavía hemos de celebrar litúrgicamente cada año y hemos de mantener abierta nuestra vida cristiana pa­ra seguir recibiendo las primicias de la salvación.

Esta promesa, anunciada en el Antiguo Testamento y actualizada por el profeta Isaías que decía "¡Aquí está su Dios!" (Is 40,9), se cumple con el nacimiento del Emmanuel que reúne "en incomparable unidad el don de Yahveh y el fruto de nuestra tierra"22; donde la grandeza de Dios se une a la nimiedad del hombre y donde la alteza de su divina majestad se une a la bajeza de la humana fragilidad.

La Navidad, en efecto, es una promesa cumplida que brota del cora­zón amoroso del Padre creador y llega directamente al corazón del hom­bre creado a su imagen y semejanza.


2.2.- El envío del Mesías

En el punto anterior que trataba de la promesa cumplida se concen­traba en el acontecimiento salvífico; en este punto, siguiendo el hilo con­ductor de la reflexión de la Navidad, nos concentraremos en la persona de dicho acontecimiento salvífico que es el Mesías.

"Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12).

En necesario recordar que Mesías es una palabra aramea que significa "ungido" o "elegi­do" por Dios Padre para encomendarle la mi­sión de salvación del pueblo de Israel que había sido herido por el pecado. El Mesías será envia­do desde la misma presencia del Padre, encar­nado en nuestra humanidad y, después de ha­ber cumplido con la misión, sentarse a la derecha de Dios Padre Todopoderoso para ins
taurar el nuevo Reino de los Cielos. Como reza el Credo Niceno-Constantinopolitano:

"Engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la virgen, y se hizo hombre..."

Ciertamente, la Iglesia, a través de la historia, ha ido evangelizando
las tradiciones paganas y sistematizando litúrgicamente la fiesta de la Navidad; pero, lo que no ha inventado nada es el envío del Mesías, hecho por el Padre para la renovación del mundo. La promesa del Mesías que latía en el corazón del pueblo de Dios se hizo patente con su nacimiento.

El Mesías, con su llegada al mundo, alegra los corazones expectantes de los hombres; manifestado en la ternura de un niño que, desde el prin­cipio de la vida terrena, comparte las lágrimas de un bebé recién nacido, el calor de amor de la virgen María, el consuelo de San José, la mirada atónita de los pastores, el afecto de unos magos, etc. Por parte de los hombres, "aguardan de Él nada menos que la liberación, la salvación, la luz, y finalmente ese 'camino' que es Jesús mismo, en quien esperamos alcanzar la sabiduría en el sentido en que la emplea la Escritura y toda­vía más nuestra liturgia".

En la Navidad, la Iglesia celebra el nacimiento del Masías que ha ve­nido a "llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19; Cf Is 61,1). Es por eso que el cristiano, cada año, debe alegrarse con el naci­miento del Mesías-Dios.


2.3.- El Rey de la paz

El pueblo de Israel tenía claramente el concepto de un rey porque había sido go­bernado por reyes. Algunos de los tantos reyes, rompie­ron el pacto de alianza que, 4- consiguientemente, condujeron al pueblo de Dios por las sendas de la lucha, la derrota y el exilio. Es así que el pueblo de Israel pone en el Mesías el atributo de Rey o Príncipe de la Paz. Así le buscarán el día de su nacimiento (Cf. Mt 2,1-2) y así le aclamarán en el inicio de su pasión (Cf. Lc 19,38). Ocupémonos, en esta oportuni­dad, de su nacimiento:

'Jesús había nacido en Belén de Judá durante el reinado de Herodes. Unos magos que venían de Oriente llegaron a Jerusa
lén preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos recién naci­do? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo" (Mt 2,1-2).

Los profetas, que ponían su esperanza en la liberación definitiva del pueblo de Israel, promovieron esta característica de "Rey de la paz" en la persona de Jesucristo. Así se hablará del Reino de Dios que Jesucristo mismo, en su vida pública, promoverá.

"Yo tengo que anunciar...la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado" (Lc 4,43; Cf. Mt 4,17; Mc 1,15).

El cristiano, en la festividad de la Navidad, celebra el nacimiento del Rey que trae la paz al mundo, que enciende la llama de su amor en nues­tros corazones, que habita enteramente en su creación, que se hace ami­go de los hombres y hace nueva todas las cosas. El salmista animará nuestro entusiasmo con la siguiente alabanza:

"¡El Señor reina, alégrese la tierra, regocíjese las islas numero­sas! Justicia y derecho son la base de su trono. Sus relámpagos iluminan el mundo, la tierra lo contempla y se estremece, los cielos proclaman su justicia y todos los pueblos ven su gloria... porque tú eres Señor Altísimo en toda la tierra.
¡Canten con la cítara al Señor, con la cítara y al son de la salmodia, al son de la trompeta y del cuerno aclamen el paso del Rey, el Señor! ¡Rujan el mar y todo lo que contiene, el mundo y todos los que la habitan! Aplaudan los ríos y los montes griten de alegría delante del Señor..."(Salmo 97(96),1­2.4-5.9; 98(97),5-81

Por eso "se le saluda como al Príncipe de los reyes de la tierra, Cor­dero dominador de la tierra, Señor que debe reinar sin disputa, el Señor rey nuestro, Rey de los cielos y de la tierra"".


2.4.- El Amor del Padre

El nacimiento de nuestro señor Jesucristo es la expresión más grande del amor del Padre por I, la humanidad; por eso, la humanidad entera, en la celebración de la Navidad, debe alegrarse por el regalo incomparable que procede del corazón de la misma divinidad y desciende a la tierra para habitar en medio de los hombres, para ser signo de salvación.

"¡Tanto amó Dios al mundo! Que entregó a su Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar el mundo, si­no para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).

En la festividad de la Navidad necesitamos experimentar el amor del Pa­dre en el pesebre que se entroniza, con esperanza, en los hogares cristia­nos. Al contemplar el nacimiento del Hijo de Dios, se contempla el gozo de la vida abundante que Dios vino a traer a la humanidad; por lo que la Navidad, también, se convierte en fiesta de la vida.
"Miren cómo se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo Único a este mundo para que tengamos vida por medio de él" (1Jn 4,9).

En la festividad de la Navidad, tenemos que enfatizar el amor del Pa­dre por la humanidad ya que sin ella no se hubiera hecho realidad la his­toria de la Salvación que se dio en la plenitud de los tiempos (Cf. Gál 4,4), mediante la persona de nuestro Señor Jesucristo, nacido de una mujer.

"Siendo nuestro Creador y habiéndonos hecho a su imagen, sabía muy bien que si nuestros corazones son inexpugnables para quien se enfrente con ellos, son débiles y prontos a enter­necerse si se los aborda por el lado del sentimiento".

Nuestra oración, en la festividad de la Navidad, tiene que ser una constante acción de gracias al Padre por habernos regalado al amor de los amores, que habitó entre nosotros.


2.5.- El maravilloso intercambio

Dios admirablemente ha descendido desde lo alto para poner su morada en medio de los hom­bres mediante su nacimiento, pero más admirable­mente ascendió nuestra humana fragilidad a la condición divina. Este maravilloso intercambio hu­mano y sagrado quedó plasmado para siempre en el corazón de la humanidad. ¡Qué maravilloso in­tercambio de amor que el mundo nunca podrá olvi­darlo!

"Por él, hoy resplandece ante el mundo el maravillosos inter­cambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frá­gil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a noso­tros eternos".

En este punto es necesario reflexionar la unión indisoluble entre la humanidad y la divinidad de Jesucristo porque la Navidad se va convir­tiendo, cada vez más, en una fiesta costumbrista y folklórica; afirmo esto sin desdeñar el sentimiento religioso que se manifiesta en esta fiesta; que se sobrepone a la dimensión salvífica y la trasladan a un segundo plano.

Con el intercambio humano y divino se debe lograr, en la festividad de la Navidad, el punto de equilibrio entre aquellos que tienden a espiri­tualizar la divinidad del nacimiento del niño Dios y entre aquellos que tienden a parcializar su fe en aspectos meramente externos. Se trata, más bien, de decir con las oraciones que brotan de la profundidad del corazón del hombre y las acciones externas que se manifiestas a través de signos y símbolos, que Dios ha sido bueno con nosotros, que quiso divinizar nuestra humanidad y quiso humanizar su divinidad. ¡Cómo no dar gra­cias a Dios en la Navidad por este maravilloso intercambio de fe salvífica!

Este maravilloso intercambio divino y humano se enternece, como quiso manifestarse Dios desde el principio, naciendo de una mujer, ha­ciendo su morada en un pesebre, poniendo como testigos a los humildes pastores, envuelto entre pañales, sintiendo el consuelo de una madre, re­cibiendo el afecto de un padre terrenal; todo esto, expresado en el infinito amor de Dios por el hombre. Desde entonces la Iglesia proclama que:
'Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre" (Documento de Aparecida, N° 392).


2.6.- El Verbo encarnado

Este es el punto capital de la celebración de la Navidad donde Dios envía a su hijo Jesucristo, palabra eterna del Padre, para salvar el mundo. "Y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).

Precisamente la Iglesia, en Tiempo de Navidad, celebra la encarna­ción de nuestro Señor Jesucristo que hace de los hombres "partícipes de
donación del Padre que hace resonar su voz en el corazón de cada crea-tura y en el seno de toda la creación; expresada magistralmente en una homilía de San Bernardo:

"Descubro, en efecto, aquí una largura corta, una anchura es­trechada, una altura abajada, una profundidad allanada. Veo aquí una luz que no luce, una palabra muerta, un agua sedien­ta, un pan hambriento. Si prestan mucha atención, descubri­rán aquí un poder gobernado, una sabiduría a la que hay que instruir, una fuerza que tiene necesidad de apoyo: en una pa­labra, un Dios a los pechos y que alimenta a los ángeles, un niño que da vagidos y consuela a los desgraciados. Aquí la ale­gría tiene tristeza, la confianza tiembla, la salvación sufre, la vida muere, el valor es debilidad. Pero, cosa no menos asom­brosa, la tristeza dispensa alegría, el miedo fortalece, la pa­sión salva, la muerte vivifica, la flaqueza da la fuerza..."28

Esta meditación invita a reconocer el privilegio tan grande que Dios ha concedido al hombre mediante su encarnación "porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios"29 Con la encarnación del Verbo, el niño Dios quiso ser, desde el primer día de su nacimiento, la pa­labra del Padre que conocieron los pastores por el anuncio del ángel del Señor (Cf. Lc 2,9). En la celebración del nacimiento de Jesucristo, el Padre hace resonar su voz alegre en el mundo entero que hace realidad la pro­mesa de salvación, anunciada desde la antigüedad. Con el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo nace la es esperanza de salvación para la humanidad, nace el amor con el que "nos ha amado a todos con un corazón humano"30, nace la fe que nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la eter­nidad.


3.- Misa de Navidad
Actualmente, las celebraciones litúrgicas de la Navidad, instituidas en los primeros siglos del cristianis­mo, son cuatro y se comparten de la siguiente manera: Misa Vespertina de Vigilia, Misa de Medianoche, Mi­sa de la Aurora o de gallo, Misa del día o de la Solemnidad.

Cada una de las celebraciones tiene un contenido específico que ayuda a vivir mejor la espiritualidad cristiana. Pues, se trata de alimen­tar y fortalecer la fe en Dios que nos ha traído un regalo de salvación (Cf. Tit 2,11-14).

3.1.- Misa Vespertina de Vigilia

Esta Misa se celebra en la tarde del día 24 de diciembre, en la víspera de Navidad. La hora indicada es a partir de las 6 de la tarde, en adelante.

Es el anuncio inminente del nacimiento de nuestro Salvador Jesucris­to que abre el corazón del hombre a una nueva experiencia de vida cristia­na en el plan de salvación que Dios mismo ha trazado para nosotros.

"Hoy, ustedes reconocerán al Señor que vendrá y nos salva­rá y mañana contemplarán su gloria" (Cf. Ex 16,6-7)

Esta Misa tiene la función de poner fin al Tiempo de Adviento y colocar en el pórtico el anuncio go­zoso de la celebración de la Navi­dad, preparada con espíritu cristia
no, adornada con alegría desbordante del corazón, expresada el cantico del amor del hombre y la oración llena de esperanza que dice: "Señor y Dios nuestro, que cada año nos alegras con la fiesta esperanzadora de nuestra redención concédenos que, así como ahora acogemos gozosos a tu hijo como redentor, lo recibamos también confiados cuando venga co­mo juez".

La lectura del Evangelio según San Mateo, en esta Misa vespertina de Vigilia, comienza con la descripción de la genealogía de Jesucristo para demostrar la descendencia legítima de David y concentrarse en los deta­lles del nacimiento de Jesucristo como el único salvador del mundo que Dios mismo había anunciado desde antiguo por boca de los profetas:
"La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa: Dios-con-nosotros" (Mt 1,23).


3.2.- Misa de Medianoche

Esta Misa se debe celebrar a la medianoche porque da la
bienvenida al acontecimiento esperado por todos los cristia­nos. Antiguamente, la Iglesia celebraba la Misa a la hora indicada por tratarse de una adhesión de fe; actualmente, se celebra la Misa con pocas horas de anticipación porque a la media noche las familias se disponen a recibir la Navidad, unida en la oración, el saludo, el intercambio de regalos, el brindis y la comida.

La Navidad es, a partir de este momento, la expresión jubilar de la Iglesia que canta junto a los ángeles y a los coros celestiales:

"Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres: ésta es la hora de su gracia" (Lc, 2,14).
Adviento y Navidad -Redescubriendo el camino de la Fe-
El tema central de esta celebración es la transmisión de la Buena Noticia al mundo entero con las siguientes palabras:

"Pero el ángel les dijo: 'No tengan miedo, pues yo vengo a comu­nicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor" (Lc 2,10-11).

Debemos tener en cuenta que "el 'Hoy' de la liturgia que escucharemos y cantaremos repetidas veces no debe interpretarse como si supié­ramos el día del calendario en que nació Jesús, sino como una actualiza­ción repetida del acontecimiento salvador de la Natividad".


3.3.- Misa de la Aurora o de gallo

Es la Misa celebrada tradicional­mente durante la madrugada. Es el testimonio duradero que resalta la Iglesia en el comienzo del nuevo día, jornada iluminada por el sol que nace de lo alto.

La celebración eucarística que acompaña gozosamente el nuevo amanecer es conocida también como la Misa de gallo porque anuncia con su canto el despertar el nuevo día, marcado por la alegría y el gozo desbordante. Esta Misa se celebra a par­tir de las cinco de la madrugada.

A partir del siglo IV, los cristianos dieron mucha importancia a esta celebración eucarística por contrarrestar precisamente la fiesta pagana del nacimiento del sol. Desde entonces, "no se trataba de una luz mate­rial, sino de una presencia interior, la fe que Dios hace brillar en nuestro espíritu y que ha de resplandecer también en nuestras obras"34. Esta ce­lebración, actualmente, es poco concurrida porque los cristianos, des­pués de haberse alegrado durante la media noche y parte de la madruga­da, hacen descansar su cuerpo agotado en la alegría de la Navidad.

La lectura del evangelio es la continuación de la liturgia de la media­noche que recuerda la visita de los mismos pastores al lugar donde ha
bía nacido el niño Dios:

"Fueron apresuradamente y hallaron a María y a José con el recién nacido acostado en el pesebre. Entonces contaron lo que los ángeles les habían dicho del niño. Todos los que escu­charon a los pastores quedaron maravillados de lo que de­cían" (Lc 2,16-18).

La liturgia, con este texto bíblico, demuestra el efecto que tuvo en los pastores el encuentro de Dios con el hombre; encuentros que deben ser actualizados cada año en la vida del cristiano que "comporta un en­cuentro personal con Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre"


3.4.- Misa del día o de la Solemnidad

Es la celebración central de la Navidad; por eso, el cristiano debe celebrar con solemnidad el gran misterio del amor de Dios que, habiendo asumido nuestra condición humana, vino a habitar en medio de su pueblo. "Si en la Misa medianoche y de la aurora se proclamaba y contemplaba sobre todo el hecho mismo del nacimiento de Jesús, en esta Misa del día se proponen textos que se acercan a lo profundo del misterio, a lo invisible que es la obra de Dios y que aquella historia manifiesta y vela simultáneamente".

"Y la Palabra se hizo carne, puso su morada entre nosotros, y hemos visto su Gloria: la Gloria que recibe del Padre el Hijo único, en él todo era don amoroso y verdad" (Jn 1,14)

El día central de la Navidad es un día sagrado que las familias cristianas deben dar gracias al Padre por tan grande don concedido a la humanidad; porque, como decía san León Magno, "mientras Dios está en la tierra, nosotros podemos subir al cielo".

La liturgia solemne de la Navidad expresa, en la oración colecta de la Misa, la alegría pascual de la siguiente manera: "Oh Dios, que de modo admirable has creado al hombre a tu imagen y semejanza; y de modo más admirable todavía restableciste su dignidad por Jesucristo; concédenos compartir la vida divina de aquél que hoy se ha dignado compar-tir con el hombre la condición humana".

Esta celebración es la madre de todas las celebraciones del Tiempo de Navidad y el cristiano está llamado a corresponder a este gran amor de Dios con la participación de la Misa, porque "al revestirse de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos".

(Artículo tomado de: Adviento y Navidad. Redescubriendo el camino de la Fe - Palomino Jaime).