Las Normas universales sobre el año litúrgico y sobre el calendario dice que: "Después de la celebración anual del Misterio Pascual, la Iglesia tiene como más venerable el hacer memoria de la Natividad del Señor y de sus primeras manifestaciones; esto es lo que hace en el tiempo de Navidad".
El Tiempo de Navidad inaugura el Año Litúrgico con el inicio de la vida terrena de nuestro Señor Jesucristo que se celebra el 25 de diciembre. Este Tiempo de Navidad tiene su camino de preparación denominado Tiempo de Adviento que, durante cuatro semanas, pone en expectación la vida del cristiano en relación a Dios que nace para devolvernos la esperanza. En la tradición de los primeros siglos de la Iglesia el año litúrgico empezaba el 1 de marzo con las celebraciones de la Pascua de Resurrección de nuestro Señor Jesucristo; fue en el siglo VII que se trasladó el inicio al 25 de diciembre.
La parte central de la Navidad se encuentra en la interiorización y exteriorización del misterio del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo que ha venido para salvar la humanidad. Si en la Pascua se celebra la gloriosa resurrección de Jesucristo para subir a la derecha de Dios Padre en el cielo (misterio pascual ascendente), en la Navidad se celebra el glorioso nacimiento de nuestro Señor Jesucristo que se digna bajar a la tierra para vivir entre los hombres (misterio pascual descendente).
En el tiempo de Navidad, el cristiano está llamado a revivir su encuentro personal con Dios que, desde la ternura de un niño y la austeridad de un pesebre, alimenta la fe en el Dios vivo, la esperanza de salvación y el amor de Dios por la humanidad. De allí, la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y de El Caribe comparte su alegría diciendo que:
"Conocer a Jesús es el mejor regalo que puede recibir cualquier persona; haberlo encontrado nosotros es lo mejor que nos ha ocurrido en la vida, y darlo a conocer con nuestra palabra y obras es nuestro gozo" (Documento de Aparecida, N° 32).
El Tiempo de Navidad es el segundo pilar que sostiene el Año Litúrgico de la Iglesia19. En este tiempo, el cristiano debe sentirse más hijo de Dios y más cercano a aquel que quiso hacerse partícipe de nuestra naturaleza humana. Es un tiempo que invita a fomentar y vivir "la caridad y la paz que Dios Padre nos muestra en el nacimiento y la manifestación de su Hijo". Esta experiencia de vida se dará en la medida de nuestra cercanía al pesebre donde se encuentra el Dios que ha asumido nuestra humanidad y la humanidad que ha sido divinizada. San Pablo escribirá con más claridad este acontecimiento y dirá la implicancia que tiene la encarnación en la vida cristiana:
"Tengan entre ustedes los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: Él compartía la naturaleza divina, igual a Dios por propio derecho, sin embargo, se redujo a nada, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres. Y encontrándose en la condición humana, se rebajó a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte en una cruz" (Fil 2,5-8)
Antes de desarrollar los aspectos importantes de la Navidad nos detendremos brevemente en la descripción del significado etimológico de la palabra Navidad.
Etimológicamente Navidad provenía del latín "nativitas" que significaba nacimiento. Esta palabra, en la antigüedad romana, era utilizada en el anuncio gozoso del nacimiento de un nuevo miembro de la familia que se expresaba por medio de un pregón solemne el nacimiento de un nuevo ciudadano y la consiguiente presentación a la población. Este significado etimológico, con la creciente promoción de la celebración del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, especialmente en el siglo IV, fue adoptado por la Iglesia para referirse exclusivamente al nacimiento del niño Jesús en Belén. Desde entonces, la Iglesia celebraba, con la mente y el corazón, la fiesta de la Navidad como el gran Misterio que nunca se acaba, sino que se va renovando el 25 de diciembre de cada año.
Vayamos ahora a destacar algunos aspectos importantes que se deben tener en cuenta para celebrar mejor el verdadero sentido de la Navidad.
2.1.- La promesa cumplida
Desde que nuestros primeros padres, Adán y Eva, cometieron el primer pecado (Cf. Gn 3,1-13), Dios prometió a través de la historia del pueblo de Israel la venida de un salvador que tenía que liberar al hombre de la esclavitud del pecado. Es así que la promesa de Dios se convierte, de generación en generación, en una esperanza que no defrauda, sino que nos da plena seguridad (Cf. Hb 7,9-18) en la manifestación del resplandor de su gloria y la impronta de su ser (Hb 1,3) por medio de la encarnación en un pueblito llamado Belén (Lc 2,6).
"Porque todo lo que puede celebrar el pueblo cristiano tiene su principio en esta solemnidad y está contenido en el misterio de esta liturgia... Esto es lo que significaron los patriarcas, en sus acciones en sus palabras. Esto es lo que afirmaba figurativamente la observancia de la ley, lo que anunciaban los oráculos de todos los profetas. En esto se ven cumplidos los viejos ritos, y su celebración presente nos asegura las gracias del cielo. En esto, finalmente, el cumplimiento manifiesto de lo que había sido predicho garantiza a nuestra fe que es razonable y prudente, y nos promete lo que todavía ha de venir..." (Sacramentario leoniano N° 1241).
Precioso cántico que alaba la promesa hecha por Dios Padre desde la antigüedad, que exalta la alegría del nacimiento de nuestro Señor Jesucristo y prolonga la promesa que todavía hemos de celebrar litúrgicamente cada año y hemos de mantener abierta nuestra vida cristiana para seguir recibiendo las primicias de la salvación.
Esta promesa, anunciada en el Antiguo Testamento y actualizada por el profeta Isaías que decía "¡Aquí está su Dios!" (Is 40,9), se cumple con el nacimiento del Emmanuel que reúne "en incomparable unidad el don de Yahveh y el fruto de nuestra tierra"22; donde la grandeza de Dios se une a la nimiedad del hombre y donde la alteza de su divina majestad se une a la bajeza de la humana fragilidad.
La Navidad, en efecto, es una promesa cumplida que brota del corazón amoroso del Padre creador y llega directamente al corazón del hombre creado a su imagen y semejanza.
2.2.- El envío del Mesías
En el punto anterior que trataba de la promesa cumplida se concentraba en el acontecimiento salvífico; en este punto, siguiendo el hilo conductor de la reflexión de la Navidad, nos concentraremos en la persona de dicho acontecimiento salvífico que es el Mesías.
"Hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,11-12).
En necesario recordar que Mesías es una palabra aramea que significa "ungido" o "elegido" por Dios Padre para encomendarle la misión de salvación del pueblo de Israel que había sido herido por el pecado. El Mesías será enviado desde la misma presencia del Padre, encarnado en nuestra humanidad y, después de haber cumplido con la misión, sentarse a la derecha de Dios Padre Todopoderoso para instaurar el nuevo Reino de los Cielos. Como reza el Credo Niceno-Constantinopolitano:
"Engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la virgen, y se hizo hombre..."
Ciertamente, la Iglesia, a través de la historia, ha ido evangelizando las tradiciones paganas y sistematizando litúrgicamente la fiesta de la Navidad; pero, lo que no ha inventado nada es el envío del Mesías, hecho por el Padre para la renovación del mundo. La promesa del Mesías que latía en el corazón del pueblo de Dios se hizo patente con su nacimiento.
El Mesías, con su llegada al mundo, alegra los corazones expectantes de los hombres; manifestado en la ternura de un niño que, desde el principio de la vida terrena, comparte las lágrimas de un bebé recién nacido, el calor de amor de la virgen María, el consuelo de San José, la mirada atónita de los pastores, el afecto de unos magos, etc. Por parte de los hombres, "aguardan de Él nada menos que la liberación, la salvación, la luz, y finalmente ese 'camino' que es Jesús mismo, en quien esperamos alcanzar la sabiduría en el sentido en que la emplea la Escritura y todavía más nuestra liturgia".
En la Navidad, la Iglesia celebra el nacimiento del Masías que ha venido a "llevar buenas noticias a los pobres, para anunciar la libertad a los cautivos y a los ciegos que pronto van a ver, para poner en libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor" (Lc 4,18-19; Cf Is 61,1). Es por eso que el cristiano, cada año, debe alegrarse con el nacimiento del Mesías-Dios.
2.3.- El Rey de la paz
El pueblo de Israel tenía claramente el concepto de un rey porque había sido gobernado por reyes. Algunos de los tantos reyes, rompieron el pacto de alianza que, 4- consiguientemente, condujeron al pueblo de Dios por las sendas de la lucha, la derrota y el exilio. Es así que el pueblo de Israel pone en el Mesías el atributo de Rey o Príncipe de la Paz. Así le buscarán el día de su nacimiento (Cf. Mt 2,1-2) y así le aclamarán en el inicio de su pasión (Cf. Lc 19,38). Ocupémonos, en esta oportunidad, de su nacimiento:
'Jesús había nacido en Belén de Judá durante el reinado de Herodes. Unos magos que venían de Oriente llegaron a Jerusalén preguntando: ¿Dónde está el rey de los judíos recién nacido? Porque hemos visto su estrella en el Oriente y venimos a adorarlo" (Mt 2,1-2).
Los profetas, que ponían su esperanza en la liberación definitiva del pueblo de Israel, promovieron esta característica de "Rey de la paz" en la persona de Jesucristo. Así se hablará del Reino de Dios que Jesucristo mismo, en su vida pública, promoverá.
"Yo tengo que anunciar...la Buena Nueva del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado" (Lc 4,43; Cf. Mt 4,17; Mc 1,15).
El cristiano, en la festividad de la Navidad, celebra el nacimiento del Rey que trae la paz al mundo, que enciende la llama de su amor en nuestros corazones, que habita enteramente en su creación, que se hace amigo de los hombres y hace nueva todas las cosas. El salmista animará nuestro entusiasmo con la siguiente alabanza:
"¡El Señor reina, alégrese la tierra, regocíjese las islas numerosas! Justicia y derecho son la base de su trono. Sus relámpagos iluminan el mundo, la tierra lo contempla y se estremece, los cielos proclaman su justicia y todos los pueblos ven su gloria... porque tú eres Señor Altísimo en toda la tierra.
¡Canten con la cítara al Señor, con la cítara y al son de la salmodia, al son de la trompeta y del cuerno aclamen el paso del Rey, el Señor! ¡Rujan el mar y todo lo que contiene, el mundo y todos los que la habitan! Aplaudan los ríos y los montes griten de alegría delante del Señor..."(Salmo 97(96),12.4-5.9; 98(97),5-81
Por eso "se le saluda como al Príncipe de los reyes de la tierra, Cordero dominador de la tierra, Señor que debe reinar sin disputa, el Señor rey nuestro, Rey de los cielos y de la tierra"".
2.4.- El Amor del Padre
El nacimiento de nuestro señor Jesucristo es la expresión más grande del amor del Padre por I, la humanidad; por eso, la humanidad entera, en la celebración de la Navidad, debe alegrarse por el regalo incomparable que procede del corazón de la misma divinidad y desciende a la tierra para habitar en medio de los hombres, para ser signo de salvación.
"¡Tanto amó Dios al mundo! Que entregó a su Hijo Único, para que quien cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar el mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).
En la festividad de la Navidad necesitamos experimentar el amor del Padre en el pesebre que se entroniza, con esperanza, en los hogares cristianos. Al contemplar el nacimiento del Hijo de Dios, se contempla el gozo de la vida abundante que Dios vino a traer a la humanidad; por lo que la Navidad, también, se convierte en fiesta de la vida.
"Miren cómo se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo Único a este mundo para que tengamos vida por medio de él" (1Jn 4,9).
En la festividad de la Navidad, tenemos que enfatizar el amor del Padre por la humanidad ya que sin ella no se hubiera hecho realidad la historia de la Salvación que se dio en la plenitud de los tiempos (Cf. Gál 4,4), mediante la persona de nuestro Señor Jesucristo, nacido de una mujer.
"Siendo nuestro Creador y habiéndonos hecho a su imagen, sabía muy bien que si nuestros corazones son inexpugnables para quien se enfrente con ellos, son débiles y prontos a enternecerse si se los aborda por el lado del sentimiento".
Nuestra oración, en la festividad de la Navidad, tiene que ser una constante acción de gracias al Padre por habernos regalado al amor de los amores, que habitó entre nosotros.
2.5.- El maravilloso intercambio
Dios admirablemente ha descendido desde lo alto para poner su morada en medio de los hombres mediante su nacimiento, pero más admirablemente ascendió nuestra humana fragilidad a la condición divina. Este maravilloso intercambio humano y sagrado quedó plasmado para siempre en el corazón de la humanidad. ¡Qué maravilloso intercambio de amor que el mundo nunca podrá olvidarlo!
"Por él, hoy resplandece ante el mundo el maravillosos intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no sólo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos".
En este punto es necesario reflexionar la unión indisoluble entre la humanidad y la divinidad de Jesucristo porque la Navidad se va convirtiendo, cada vez más, en una fiesta costumbrista y folklórica; afirmo esto sin desdeñar el sentimiento religioso que se manifiesta en esta fiesta; que se sobrepone a la dimensión salvífica y la trasladan a un segundo plano.
Con el intercambio humano y divino se debe lograr, en la festividad de la Navidad, el punto de equilibrio entre aquellos que tienden a espiritualizar la divinidad del nacimiento del niño Dios y entre aquellos que tienden a parcializar su fe en aspectos meramente externos. Se trata, más bien, de decir con las oraciones que brotan de la profundidad del corazón del hombre y las acciones externas que se manifiestas a través de signos y símbolos, que Dios ha sido bueno con nosotros, que quiso divinizar nuestra humanidad y quiso humanizar su divinidad. ¡Cómo no dar gracias a Dios en la Navidad por este maravilloso intercambio de fe salvífica!
Este maravilloso intercambio divino y humano se enternece, como quiso manifestarse Dios desde el principio, naciendo de una mujer, haciendo su morada en un pesebre, poniendo como testigos a los humildes pastores, envuelto entre pañales, sintiendo el consuelo de una madre, recibiendo el afecto de un padre terrenal; todo esto, expresado en el infinito amor de Dios por el hombre. Desde entonces la Iglesia proclama que:
'Jesucristo es el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre" (Documento de Aparecida, N° 392).
2.6.- El Verbo encarnado
Este es el punto capital de la celebración de la Navidad donde Dios envía a su hijo Jesucristo, palabra eterna del Padre, para salvar el mundo. "Y el Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14).
Precisamente la Iglesia, en Tiempo de Navidad, celebra la encarnación de nuestro Señor Jesucristo que hace de los hombres "partícipes de donación del Padre que hace resonar su voz en el corazón de cada crea-tura y en el seno de toda la creación; expresada magistralmente en una homilía de San Bernardo:
"Descubro, en efecto, aquí una largura corta, una anchura estrechada, una altura abajada, una profundidad allanada. Veo aquí una luz que no luce, una palabra muerta, un agua sedienta, un pan hambriento. Si prestan mucha atención, descubrirán aquí un poder gobernado, una sabiduría a la que hay que instruir, una fuerza que tiene necesidad de apoyo: en una palabra, un Dios a los pechos y que alimenta a los ángeles, un niño que da vagidos y consuela a los desgraciados. Aquí la alegría tiene tristeza, la confianza tiembla, la salvación sufre, la vida muere, el valor es debilidad. Pero, cosa no menos asombrosa, la tristeza dispensa alegría, el miedo fortalece, la pasión salva, la muerte vivifica, la flaqueza da la fuerza..."28
Esta meditación invita a reconocer el privilegio tan grande que Dios ha concedido al hombre mediante su encarnación "porque tal es la razón por la que el Verbo se hizo hombre, y el Hijo de Dios, Hijo del hombre: para que el hombre, al entrar en comunión con el Verbo y al recibir así la filiación divina, se convirtiera en hijo de Dios"29 Con la encarnación del Verbo, el niño Dios quiso ser, desde el primer día de su nacimiento, la palabra del Padre que conocieron los pastores por el anuncio del ángel del Señor (Cf. Lc 2,9). En la celebración del nacimiento de Jesucristo, el Padre hace resonar su voz alegre en el mundo entero que hace realidad la promesa de salvación, anunciada desde la antigüedad. Con el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo nace la es esperanza de salvación para la humanidad, nace el amor con el que "nos ha amado a todos con un corazón humano"30, nace la fe que nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la eternidad.