La Teología Moral Alfonsiana


Teología Moral Alfonsiana

Desde niño Alfonso aprendió de su madre la fealdad del pecado, que merece el infierno y apena el corazón de Dios Padre, no hizo paces con pecado alguno; nunca fue el vencido por un pecado mortal.

Sacerdote ya y misionero, Alfonso se sintió caballero andante contra el pecado en sus hermanos los hombres. Para el, un alma en pecado es una casita con un elefante dentro. Estaba Alfonso en la plenitud de sus sesenta años cuando predicó a los universitarios de Nápoles; les habló del pecado con tal fuerza, que muchos de ellos comenzaron a llevar cilicio y a disciplinarse todas las semanas.

No era Alfonso un obseso del pecado; no se ponía a inven­tarlo donde no lo había. Le hemos visto, en su primera acción en el campo de la moral cristiana, suprimir un fantasma del pecado, logrando que la blasfemia contra los muertos no fue­ra ya catalogada pecado mortal. Atrevido defensor de la Concepción Inmaculada de María, cuando no era aun dogma de fe y contribuyendo mucho a que pronto lo fuera, al celebrar a la Sin Pecado, traía hacia la Iglesia y la humanidad un aire fresco de paraíso. ¡Que bien si en todos los mortales se hubiera repetido tanta belleza!

Por desgracia, la presencia devastadora del pecado en el hombre, ¡elefante en casa!, es evidencia tan triste como innegable. Alfonso lo supo demasiado bien en sus interminables horas de confesionario. Nunca se dedicara a la morbosa alegría de "descubrir" pecados: "No me explico la facilidad con que, a veces, se califican de pecado mortal algunos actos", denuncia en las páginas de su Instrucción al pueblo. Y no se rendía a lo contrario así como así. En esa cuestión de la maldición a los muertos, cuatro veces volvió a bajar al campo de lucha para mantener su parecer de que esa injuria a los muertos no era pecado mortal. Sus misionados de la Apulia se lo agrade­cieron, aunque a la par aceptaron que aquella expresión, tan repetida en sus enfados, no les honraba en nada.

Este y otros muchos casos había ido anotando en su cuadernillo de bolsillo; casos y cosas de moral viva de tantos y tantos que, en las iglesias misionadas, ponían su alma sangrante en las manos del confesor. Vuelto al convento, iba entrenando en aquella moral viva a los estudiantes que se preparaban para misioneros. Ya había pasado el tiempo en que los alumnos de teología solamente oían de moral los grandes principios englobados en la teología general. Desdoblada de la teología dogmática, la teología moral se había ya constituido en asignatura aparte. Grandes tratadistas, en particular los carmelitas salmanticenses, levantaron muy alta la teología moral cristiana del siglo XVII.

De esos grandes autores, el jesuita alemán Busenbaum extrajo el meollo y lo sirvió a los estudiantes en un libro manual que hizo furor: 200 ediciones en menos de doscientos años. El libro cayó en las manos de Alfonso cuando este andaba por los cincuenta años; a las márgenes de este libro pasaron todas las notas de su cuadernillo de bolsillo. Para ponerlo en manos de sus estudiantes, hizo una edición con todos sus añadidos. El titulo, según costumbre de la época, es largo y detallado; traducido del latín, se transcribe: "Meollo de la Teología Moral del R. P. Hermann Busenbaum, de la Compañía de Jesús, con anotaciones del R. P. Alfonso de Ligorio, Rector Mayor de la Congregación  del Santísimo Salvador, añadidas después de las exposiciones o capítulos de dicho autor, donde ha parecido necesario, con llamadas de letras colocadas en orden alfabético. Al fin del libro van las proposiciones condenadas, como también las encíclicas y decretos referentes a la moral del Papa reinante Benedicto XIV, todo lo cual se anota en su propio lugar y en los copiosos índices, para use de los jóvenes de dicha Congregación. Obra dedicada al Rvdmo. Sr. D. José Nicolai, Arzobispo de Conza. Nápoles, 1748. Imprenta de Pellecchia".

Desde el titulo de su libro, Alfonso luce las dos cualidades de su estilo de escritor, cualidades que quiso expresamente bri­llaran igual en sus libros científicos que populares: claridad y sencillez. El mismo lo bautizo: "mi estilo fácil". Pero nadie se engañe: la facilidad alfonsiana es producto de muchas eva­luaciones y revisiones. No olvidemos que es autor de una brevísima gramática del italiano. Y que en su análisis literario llega a distinguir hasta siete componentes que ha de tener el exordio o principio del sermón. Solo a base de rumia y lima logro escribir paginas ejemplares. Hasta poder decir, sin disminuir un gramo su humildad de santo: "Si no me equivoco, el que estudie atentamente este libro no tendrá necesidad de mucho tiempo ni esfuerzo para tener un conocimiento mas que mediano de la Moral".

El público le dio la razón; una tras otra, las ediciones de su Teología  Moral se fueron sucediendo en vida suya, a ritmo insospechado:

- 1edición, 1748;
- 2.a, 1753;
- 3.a, 1757;
- 4.a, 1760;
- 5.a, 1763;
- 6.a 1767;
- 7.a 1772;
- 8.a 1779;
- 9.a, 1785.

Pero esta 9ª edición se parecía a la 1ª en el espíritu, y nada mas; hasta el titulo había cambiado: ya no era la medula del padre Busenbaum, sino la "Teología  Moral del Iltrmo. y Rvdmo. Sr. D. Alfonso de Ligorio, obispo de Santa Agueda y Rector Mayor de la Congregación  del Stmo. Redentor". Si en la primera edición todo cabía en un tomito, en la segunda precisaba dos tomos normales y en la tercera iba en tres volúmenes tamaño folio; pero si en esa tercera edición los tres tomos sumaban 836 paginas, en la octava ya eran 956 paginas en el mismo tamaño folio. En la novena edición, el editor, ¡al fin!, dio gusto al autor y redujo el tamaño del formato, con lo que las paginas pasaron de las 1.500.

Al tener en sus manos la octava edición, Alfonso, anciano de ochenta y tres años, repitió el gesto del evangélico Simeón: alzando el libro hacia el cielo, le dijo al Señor que ya podía llevarle en paz. Edición a edición había ido transformando aquellas primeras anotaciones a Busenbaum en el texto del curso mas completo de Teología  moral, "recibida con aplauso -lo atestiguara el mismo Alfonso- en Roma, en España, en Alemania y aun en Francia".

Cuando el libro le fue creciendo entre las manos hasta adquirir aquella magnitud considerable, Alfonso pensó si no estaría fallando su propósito inicial de libro de entrenamiento para los jóvenes eclesiásticos en el ministerio de la reconciliación de las conciencias y en su dirección hacia la meta de la salvación. Y volvió a empezar. Con sesenta años cumplidos se puso a resumir los tres libros grandes en tres pequeños y los lanzo al mercado con el titulo de Instrucción y practica para los confesores, pero escritos en italiano en atención a los reacios al latín. Su editor veneciano le pidió que lo pusiera en latín para poder saltar las fronteras. Así broto el Homo Apostolicus, autentico libro manual de Teología  moral, que pronto fue traducido al alemán. Viviendo Alfonso, en italiano tuvo trece ediciones, cinco en latín  y dos en alemán. ¡Ah!, pero ni con estos libros grandes ni con los otros pequeños ganó jamás un céntimo; si el editor, ¡que menos podía hacer!, le enviaba unos ejemplares de regalo, Alfonso se deshacía en muestras de agradecimiento.

Alfonso empezó a escribir de moral sin situarse en un sistema definido; presintiendo que los lectores se lo iban a exigir, en la primera edición se remitió a "doctores tiene la santa madre Iglesia". Cuatro eran los sistemas de moral vigentes entonces: el rigorista y el laxista, casi fuera de borda de la nave de la Iglesia, y el probabilista y el probabiliorista, dentro de ella. Ya sabemos que los libros de moral que pusieron en manos de Alfonso estudiante de Teología  se alineaban en el bando probabiliorista: solo es bueno lo hecho siguiendo la opinión más probable, más segura. La experiencia llevo pronto a Alfonso a desmarcarse de este sistema, por inhumano y neutralizador de la voluntad salvifíca general de Dios. ¿Quien podía llegar a la salvación por ese camino?

Alfonso comenzó una búsqueda apasionada de esa clave de la mo­ral práctica. Advirtiendo que la fuente del rigorismo era exigir siempre, para obrar bien, la certeza, rechazando la probabilidad, investigo durante más de un año, y al cabo de el salio al ruedo con una disertación magistral de puro rigor discursivo Sobre el uso moderado de la opinión probable. Fue solo el comien­zo del hallazgo. Siguió leyendo, consultando, discutiendo, con­trastando con la realidad. Nada menos que diez veces mas tuvo que volver a tratar el tema en publicaciones aparte. A los casi treinta años del primer ensayo, tuvo la sensación del total descubrimiento, y lo patento: equiprobabilismo. Su síntesis podría ser: a falta de certeza, siendo mas o menos igual el grado de probabilidad a favor de la libertad personal y a favor de la ley mandante, la libertad personal es, por lo menos, tan importante como la ley; no debe, pues, forzarse a nadie a seguir la opinión mas segura en favor de la ley cuando la opinión por la libertad personal es tan probable como aquella.

No se llevó de calle a todos los moralistas, no; pero muchos si que dejaron su posición para pasarse a la de Alfonso. Entre sus contrincantes, más de uno expreso su extrañeza de verle llevar una vida tan costosamente Santa y propagar una moral cristiana tan poco dura. Fue la ocasión para aclarar: "Por lo que a mi personalmente me toca, con la ayuda de la divina gracia, me esforzare en seguir lo mas perfecto [no lo olvidemos: tenía voto de hacer siempre lo mas perfecto y agradable a Dios]; pero obligar a todos a abstenerse de seguir toda opinión que no sea moralmente cierta en favor de la libertad, y esto bajo amenaza de negarles la absolución, creo que no es licito. Para no exponer a muchos al riesgo de cometer numerosos pecados formales, no debe forzarse a nadie a seguir la opinión mas segura cuando la opuesta es igualmente probable".

Mas de un amigo suyo, sinceramente amigo y sinceramente piadoso, le llamó la atención sobre la condenación eterna a que se exponía con moral semejante, y de nuevo se sintió forzado Alfonso a dar un testimonio autobiográfico, precioso para nosotros: "Hace varios meses que estoy enfermo; fácilmente esta enfermedad me llevara a la tumba. Suele decirse que, al sentir cerca la muerte, solemos hablar de modo distinto. Declaro que no siento resquemores de ninguna clase por el sistema moral que he defendido; los tendría si, para guiar a otros, me hubiera atenido al rigorismo". Y fundamenta esa su seguridad de conciencia en que los principios en que basa su moral son conforme a razón y, al mismo tiempo, admitidos por el conjunto de teólogos antiguos y modernos.

No fue un moralista autodidacta; para escribir un folleto cualquiera de vida espiritual leía montones de libros. Empre­sa imposible el contabilizar los que leyó para componer sus grandes libros de moral; alguien, quizás con exageración, ha llegado a decir que, leyendo a San Alfonso, se tiene noticia de todo lo que se ha escrito sobre esa materia que el esta exponiendo.

Toda la moral alfonsiana, es de carácter práctico; no se pre­ocupaba de inventar la moral para los habitantes de la luna, si un día llega a haberlos. Pero si le importaba, por ejemplo, el aparentemente inocente contrato entre dos personas o entes humanos en que se advirtiera una inmoralidad. Y otros por­menores de la vida moral de los hombres.

Al cristiano, el lo quería bueno con doctrina, pero no una doctrina pura especulación cerebral, olvidada de las sombras y los gozos de los hombres concretos. Cosa rara en los famosos: su constante proyecto no fue subir más, sino bajar, bajar. Para promocionar al cristiano mas necesitado no desdeñara publicar folletos enseñando a los sacerdotes jóvenes a iniciarse en el ministerio sacramental de la reconciliación, y, aún mas par­ticularmente, como desenvolverse con la gente del campo, los moribundos o los condenados a muerte.

Porque es ahí, en la aplicación individual de la redención de Cristo al pecador, especialmente en el sacramento de la penitencia, donde quiere operar Alfonso moralista: "Llora la Iglesia viendo como muchos de sus hijos se pierden por culpa de los malos confesores", mientras "tendrán ciertamente grande recompensa y el cielo asegurado los buenos confesores entregados a la salvación de los pecadores", anota Alfonso en la introducción a la Practica del confesor. Ya en la primera pagina le dirá al sacerdote confesor como es padre, medico, maestro y juez en una pieza. No solo juez y medico, también padre y maestro de los que vencieron el pecado y vuelan por las alturas de la perfección. "Ningún confesor ni director espiritual debe ignorar el tratado Práctica del confesor de San Alfonso María de Ligorio, donde esta recopilada toda la doctrina mística y ascética de Santa Teresa de Jesús, de San Francisco de Sales y del mismo San Alfonso", concluyo el Congreso Teresiano de Madrid del año 1923.

En constante dialogo con los libros, la vida y Dios, buscando apasionadamente la verdad, Alfonso lograra formular la moral que la Iglesia hará suya. Tras su muerte, Alfonso recibirá de la Iglesia una primera aureola de Santo; mas tarde, una segunda de Doctor. Le faltaba una tercera, y el papa Pío XII se la imponía el 26 de abril de 1950: "Con la plenitud de nuestra autoridad apostólica, elegimos y constituimos a San Alfonso María de Ligorio celestial Patrono ante Dios de todos los moralistas y confesores".


RUIZ GOÑI Dionisio, “San Alfonso María de Ligorio”. BAC Popular. Editorial Perpetuo Socorro. Madrid 1987. Pag.82-89.